Tengo una pila de
libros que deberían estar ya acomodados y por mi pereza forman un rimero
ingobernable. Me decido, me hago con un metro y por enésima vez me veo
tomándoles las medidas a un rincón de la casa para encastrar en él una librería.
Suena el timbre de casa
y es mi vecino que viene a hacerme una consulta acerca de la comunidad. ¿Qué
estás haciendo con metro, papel y lápiz? Eso mide 115x45, te lo digo yo. ¿No sabes
que trabajo en Ikea? Allí tienes la solución a tu problema: estanterías de todos
los tipos y colores. Gracias Anselmo. Aunque
no es necesario decir el nombre del empleado de Ikea, yo lo digo.
Muy decidido, voy
temprano, a la hora de apertura. Son 10 kilómetros y acierto a la primera en el
despropósito comercial del enjambradero mercantilista. Ikea no ha ocupado una
nave de proporciones adecuadas a la población, no; aquello es un hangar apto
una flota de Boeing. Entro osado, valeroso, dominador de escenarios como este. Pero
al rato rectifico, me pierdo en su laberinto, tropiezo con artículos que nada
me interesan: hules, cortinas, espejos… No, esto no. Tuerzo el pasillo, tomo a
la derecha, mesas, cuencos, alfombras por cientos. No me desanimo, sigo fiel a
mi estantería. Me adentro más al fondo y en sentido contrario, martillos, clavos,
tuercas, llaves, peor, más extraviado estoy. Miro a todos lados con la
intención de ver a una chica con una chapita en la solapa y que me oriente.
Nada. Pregunto y le sonrío a una señorita que viste de azul y me dice de mala
gana que yo no soy de aquí, que estoy igual que tú, que te busques la vida. No
le ha gustado que le sonría. Después de varias vueltas, me encuentro donde los
martillos. Ahora sí que no sé donde me hallo, vaya por Dios. Necesito la ayuda de
una brújula, esto es más serio de lo que yo creía. Observo a la misma gente
varias veces, vaya por donde vaya. Ya les digo hola y adiós, como en mi barrio.
Sudo. ¿Dónde estará la entrada? Allí me van a informar. Llego con apuros,
pregunto a la única persona que hay en caja: No tenga tanta prisa, no ve que
estoy atendiendo; en el cuarto pasillo contando desde allí, luego al fondo y
luego dos pasillos a la izquierda; no tiene pérdida. Y me lo dice volviendo la
mano y sin mirar. Señorita, ¿desde dónde cuento? No me hace caso y me voy a
vida o muerte. ¡Qué no tenga prisa! Son las doce y veinte y siempre voy a parar
a los martillos. Cambio de orientación y me dejo atrás las lámparas, más de
mil; las jardineras, los abonos, las tijeras de podar… No, de esto ya tengo. Sigo
andando y viendo a gente y artículos que no me interesan. Aquí deberían abrir
un bar para el descanso de las personas perdidas. Y ya, desencantado, y cuando
iba a abandonar el local, ¡milagro!, tropiezo con una pila de maderas cortadas
y embaladas en fuertes cartones con leyendas en etiquetas pegadas. Aquí está lo
mío. Yo sé que no, pero vuelvo a mirar por si hubiera algún empleado que me
asesorara. Aquí no hay nadie trabajando. Vuelvo a la cajera. Me quiere explicar…
Lo tiene usted todo detallado en el
exterior del paquete, nosotros no le podemos ayudar; pero no tendrá ningún
problema. Elija el paquete, lo trae, paga y ya se puede ir. ¿Usted sabe leer?
-Aprendí en la escuela
con don Eladio, ¿lo conoció usted? ¿No?, pues lo siento, no puedo informarle.
Vuelvo a la madera. Esta es la mía, me digo, estos se van a enterar. Muevo los
paquetes, tiro al suelo todos, hago un reguero a mi alrededor, me subo en
ellos, los descoloco. ¡Si aquí nadie me ve! Estoy como un rey encima de los
paquetes, todos traídos al retortero. Ahora miro las etiquetas, elijo mi
estantería, y como no hay carrillo arrastro el paquete hasta la caja.
-Hombre, ¿es usted? Miro
a mi alrededor y como no hay nadie me doy por aludido. ¿Ve como no es difícil?
Sabiendo leer, aquí en Ikea no hay problemas.
-Superfácil, le digo
empleando y presumiendo de un lenguaje juvenil. ¿Un carrito para trasladarlo al
coche?
-No, no tenemos.
-Ya decía yo. ¿Traerá
un manual para armar este trasto? Y las
herramientas vendrán incorporadas, ¿no?
--¡Por supuesto! Todo lo tenemos previsto. Es
superfácil, ya lo verá.
Con mil fatigas, el envoltorio al coche. Y a casa.
Mañana me pondré con él.
Aquí estoy de nuevo. Rompo el cartón y no es cerezo;
es pino. Vuelvo a Ikea, enojado, con los ánimos rotos. Otros 10 km.
--Mire usted, fuera dice cerezo y dentro es pino,
¿qué pasa aquí?
--¿Seguro que es el mismo paquete que el que usted
se llevó?
--¿Qué me quiere insinuar, que he falsificado yo la
madera?
--¿Trae usted el ticket de compra? A ver. Páselo y
elija otro, no podemos hacer otra cosa.
Vuelta a empezar. Habían organizado lo que yo
desorganicé Y lo he vuelto a dejar todo manga por hombro. Ahora rompo el cartón, esta
gente a mí no me toma más el pelo. Con fatigas lo acarreo y lo llevo al coche,
lo aparco donde puedo, me lo subo a casa, también como puedo. Me cruzo con Anselmo,
te puedo ayudar, no, gracias, ya no me hace falta.
--Oye, Anselmo, en Ikea, ¿trabaja alguien más que el
conductor de la máquina que corta los árboles?
Dios, Mario, eso es peor que cruzar el Atlántico con un temporal... En mi vida fui a un abrevadero de esa calaña, prefiero coger una docena de palés y hacerlo yo, que también se lleva eso en decoración. De cualquier forma es una manera de purgar los pecados. Que así sea, mi amigo.
ResponderEliminarNo me pillarán en otra, lo juro. Cierto lo de la decoración con palés. Aquí al lado hay un sitio decorado con palés sin desbastar, y si no fuera porque es un café&libro parecería que estás en un almacén de materiales de construcción. Cuídate. Un abrazo, amigo.
Eliminar