Al fondo, los eucaliptos
Con el Domingo de Gloria
(Domingo de Resurrección en Alamillo) comienzan los cincuenta días del tiempo
llamado Pascual, que concluye en Pentecostés. A continuación del Domingo de
Resurrección la Iglesia celebra durante ocho días la octava de Pascua. Ahora
estamos en la primera semana de la octava de Pascua. Los sacerdotes centrarán
sus lecturas evangélicas en las apariciones del Resucitado y en la experiencia
que los apóstoles tuvieron de Cristo. Lecturas del Antiguo Testamento, esto es, pasajes como las historias de
la creación, el sacrificio de Isaac, el paso por el
Mar Rojo y la anunciada venida del Mesías.
Pero en Alamillo
siempre se recordará el primer día de una octava de Pascua, ya lejana en el
tiempo, que soliviantó al pueblo durante ese día, que hubo comentarios y
decisiones que trascendieron, si no escandalizaron a estamentos de la capital,
y sobre todo que ha sido recordada por los mayores hasta el presente.
Un viajante de
coloniales de una determinada firma de Ciudad Real giraba visitas periódicas al
pueblo, antes con más de una docena de establecimientos bien surtidos todos en un pueblo de más de mil doscientos habitantes. El
comisionista entró demudado al pueblo y frente al salón de Vicentito detuvo su Citroën
2CV sin poder seguir un metro más. Salió de él sin cerrar la puerta debido a su nerviosismo, y
se recostó en la delantera del auto, que rezongaba lastimosamente, dado que el
motor seguía funcionando. Era evidente que se encontraba mal. Salió gente del
salón a auxiliarle y al ser preguntado qué le sucedía sólo pudo decir: “un
ahorcado, he visto un ahorcado”. Sabemos como era el pueblo de entonces:
solidario, cariñoso, amistoso, servicial…, y se movilizó de inmediato. Mientras
algunos empujaron el coche hasta la acera, algotros lo llevaron al cuartel de
la Guardia Civil, un poco más abajo. Allí lo serenaron con una tila, se calmó y
le contestó al Cabo y a la concurrencia que en la entrada había visto un hombre
colgado de uno de los árboles. “Yo del susto casi me voy al barranco y me
mato”, continuó. El Cabo mandó un propio a Aniceto, Juez de paz, y otro a don
Daniel, el sacerdote, por si hicieran falta. Ordenó al de puerta que estuviera
sobre aviso por si
hicieran falta refuerzos, no vaya a ser que se tratara de un crimen, que la
cosa le daba mala espina. Y emprendió la comitiva calle Nueva arriba y el
pueblo detrás, mujeres, hombres y niños, en procesión más nutrida que en las
pasadas de Semana Santa. Murmullos, susurros, bisbiseos, un runrún coloquial en
el tropel. El Cabo, más sesudo, investigaba y preguntaba a Aureliano,
secretario del Ayuntamiento, a Luisito, el practicante, a don Demetrio de la Cruz y a don Manuel Trullenque, Delegado local y jefe
de Centuria, respectivamente, como jefes supremos de Falange Española, a Senén,
confidente, y a otros más con suficiente entidad para diagnosticar los
problemas morales de Alamillo, si alguien estaba en conocimiento de alguna
persona sospechosa de caer en el desenfreno de tamaño pecado. Nadie contestaba,
menos uno de atrás, que oía, y dijo: “A lo mejor no es de aquí”. Pero el Cabo
no hizo caso porque no encontraba argumentos para que un forastero viniera a hacerle la puñeta colgándose de un
árbol que no era suyo, y que lo suyo era que se ahorcara en su pueblo. A él, precisamente a él no le iba a dar problemas un forastero, cuando llevaba como la seda la
disciplina y el control de Alamillo. Elías le apuntó a Sixto: “va a ser, ya
verás, el tonto de Eutimio, que como le han puesto los tarros…”, y lo dijo en
alto para que lo oyeran los mandones. Unos, “eso va a ser una venganza, que ya
sabemos que por unas lindes andan a la greña la familia ésa del Mesón”. Otros,
“Jesús, que poca vergüenza”, “una familia a pique”, “el mundo está
desquiciado”, “dónde vamos a ir a parar”, “válgame Dios”. Al oír el runruneo,
de las casas salían a preguntar qué estaba pasando. Interpretaciones diversas:
un muerto, un crimen, una desgracia, no sabemos bien, pero algo gordo Y así
calle arriba. En el cruce de la carretera, todos miraron de reojo al cementerio
con mucha cautela.
Al término del
adoquinado y en el repecho que lleva a los eucaliptos, el Cabo mandó parar la
comitiva. Y dijo: “Ahora silencio, el momento requiere respeto y devoción. Nos
encontramos en un caso único en Alamillo y del que no conocemos los orígenes de
este asunto. Un hombre ahorcado da mucho que pensar. Puede ser un crimen encubierto,
un asesinato dimanante de un ajuste de cuentas, un…
“Pero vamos a verlo,
Cabo, y después lo hablamos”. Lo dijo con voz fuerte y grave un forastero con
bigote, y como la masa lo aprobó con murmullos, Aniceto, como juez de Paz y adelantándose a un posible conflicto social,
remató: “Paz, paz, que haya paz”. Y siguieron adelante. A unos metros del
primer eucalipto divisaron, efectivamente, en el tercer árbol los pies colgados
que se balanceaban entre el ramaje. Y como le llovía piedras a la comitiva, el
Cabo, asustado, ordenó la dispersión a la par que tiró de pistola y disparó al
aire. Cuando los más valientes se acercaron al ahorcado vieron que lo que
colgaba era un muñeco de Judas como los que se mantearon ayer y que fue
confeccionado primorosamente para este caso. Del balanceo y las piedras tienen
la culpa los chicos que, adelantándose al cortejo, le tiraban piedras al muñeco
desde el otro lado de la arboleda, de manera que no se veían unos de otros.
Fue otra broma más de
la Clamen, a la que quiso detener el Cabo, herido en su amor propio. No tuvo más remedio que desestimar
el caso muy a su pesar porque el pueblo se le amotinó. El pueblo sí sabía cómo
las gastaba la Clamen y perdonó la broma, pero él era forastero. Quiso cerrar
el caso llamando al viajante que llevó la noticia, pero enterado del asunto
salió de hutía por la carretera en dirección contraria, camino de San Benito, o quizá se
perdiera por el Valle de Alcudia a vender sus productos en Brazatortas o
Puertollano, quién sabe.
¡Esta Clamen es mucha Clamen…!
Genial Mario, me gustan las historias de mi pueblo. Genial!
ResponderEliminarEmilio, gracias, por tu comentario. Tu madrina, que yo ignoraba el parentesco, ha dado al pueblo muchos momentos de alegría y gracia. Hoy, más que nunca, hacen falta muchas Clamen en nuestro Alamillo.
EliminarY para colmo, la Clamen es mi madrina. 😂😂
ResponderEliminar