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08 enero 2015

JULIÁN, LOS CHORROS, OLLEROS Y...

Don Felicito toma una palomilla dulce en la tasca de Olleros. Le gusta tomarla dándose tiempo, picoteando, besando la copa, y no como lo hace Triclinio, de dos sorbos y ya está. Sobre una silla, un tabal expone dos pisos de sardinas arenques, ya secas. Una garrafa de aceitunas negras, cuerdas, pastillas de jabón crudo, latería... y un rústico mostrador que es el que ahora ocupa don Felicito.
Están solos y Ángel se cree que su obligación es animar el ambiente a la par que lamentarse para que no le suban los impuestos.
-Mal se está poniendo la vida, don Felicito.
-Está como siempre, ni buena ni mala.
-Como la Marimanta, que ni es buena ni es mala. ¿Cuándo puñetas va a terminar este trajín?
-Ángel, las Marimantas vivirán siempre, aunque con ropajes distintos. Y después pensó: siempre habrá poesía, como dijera Bécquer.
-El que hoy no está bien es Julián, lleva horas regañándoles a las mujeres.
Julián es el encargado de la fuente de agua, único punto de suministro a la población. Es un hombre visceral, inabordable e inadecuado. Pero no hay más remedio que aguantarlo si se quiere llevar agua a casa.
Alrededor de la fuente hay mil cántaros de barro esperando turno. Una piedra al aire en mitad de la glorieta no caería al suelo. A Julián no se le protesta, cualquier insinuación o queja es motivo suficiente para exhibir su arrogancia y mando, que le faculta para utilizar la garrota de nudos y romper los cántaros de la mujer que se atreva a levantar la voz.
La Fermina y la Claudia alzan el gallo. Mucho tiempo hace que no se hablan. Se evitan en los encuentros. Se miran con recelo. Pero esta mañana han coincidido en la plaza y han corrido para adelantarse al turno. Han llegado a la fila a la misma vez y una ha apartado los cántaros a la otra, pretendiendo la ventaja. La otra se los ha echado a rodar, han impactado con los de otra fila y uno de ellos se ha roto.
-Sinvergüenza, mal nacida, medio pelo, más te valiera quedarte en casa atendiendo y vigilando a tu marido, que cualquier día el mío lo va a matar –le dice la Fermina.
-Si tu marido lo mata, ya sabrás tú por lo que es, pendona, porque desde que os casasteis no hay una sola noche que tú no la pases suspirando.
-¿Yo? ¡Eso tú, mugrienta! ¡Ya quisiera tu marido parecerse al mío!
-¿Está usted oyendo, don Felicito?
-Sí, sí. ¡Cómo se ponen algunas cabezas!
-Este altercado no es de hoy. Poner verdes a los maridos es cosa muy frecuente de estas dos. Yo lo vengo oyendo desde hace meses. Porque no sé si usted sabe que es cierto que el marido de la Fermina quiere matar al de la Claudia.
-¿Y qué motivos hay, Ángel?
-No los conozco a ciencia cierta, pero viene de largo.
-¿Tú crees que este asunto va en serio?
-Seguro que sí, me llegan rumores de irrefutable valor.
-¿Tú sabes si el cabo Triclinio está enterado de este bodrio?
-Me extraña mucho que lo conozca. Aquí nunca ha comentado nada, se toma su aguardiente y se va. Es que el cabo no se pone al día. Este hombre no se entera de nada.
Con el fin de evitar lamentaciones en el posible caso de convertirse en el futuro en un suceso de trascendencia, don Felicito se acerca a la Casa Cuartel, muy cercana a los hechos.
-Triclinio, ¿estás al tanto del crimen que se va a cometer en el pueblo? -Don Felicito se lo pone descarnado.
-No; ¿qué pasa ahora? No salgo de una y ya tengo otra encima.
-Pues que Rafael, el de la Fermina, va a matar a Juan Hervás, el de la Claudia.
-Véngase conmigo, esto hay que arreglarlo de un boleo, antes de que se mezcle. Bastante tengo con la Marimanta, que no sé por dónde me ando, para que ahora se me enreden las cerezas. Usted se entera de todo.
-Y tú también si pisaras la calle, que es tu obligación.
Rafael, sentado en un sillón raído, oía la radio. Por su estructura ósea y por su padre, también Rafael, era conocido por Rafalito. Ochenta años de vida, veinte manejando el dial de un Telefunken, veinte oyendo todas las noches Radio Andorra y cambiando a onda corta para enterarse de las noticias de la BBC de Londres y de Radio Pirenaica, suceso extraño éste de oír sin ver a nadie; que ninguna explicación halla a un milagro tan grande. Alzó la cabeza, miró suspicaz a Triclinio y con cara de pocos amigos le espetó:
-¿Qué queréis vosotros?
-¿Qué tal, tío Rafalito? ¿Oyendo la radio?
-Eres ciego y tonto, Triclinio, ¿es que no lo ves? Dime de una vez qué es lo que te trae por mi casa.
-Es que se te acusa en público que vas a matar a Juan Hervás, el de la Claudia, tu vecina. ¿Qué dices a eso?
-Que es verdad, que voy a matar al maricón ese. Llevo años y años queriéndolo hacer.
-¿Tanto lo odias?
-¡Más!
-¿Por qué?
-Porque una mañana me vio mear.
-¿Cómo dice, tío Rafalito?
-Sí, una mañana de mucho frío, en las eras, recién licenciado yo de la mili. No os riáis; era natural que con el frío se me encogiera tanto que casi no se me veía. Pero que sepáis que yo siempre la tuve tan larga  como el que más. Vais a ver.
Rafalito se llevó ambas manos a la bragueta con intención de desabrochársela.
-Pero hombre de Dios, ¿qué va a hacer usted?, si nosotros nos creemos lo que nos está diciendo.
Así, la tengo así –y se señaló el brazo por el codo y cerrando el puño.
-Eso está bien, tío Rafalito, pero, ¿qué tiene que ver eso con querer matar a Juan Hervás?
-Pues muy sencillo, coño, porque después de vérmela en las eras, siempre que se cruzaba conmigo me decía Falito. ¿Cómo la llevas Falito? La vida, hombre, Falito, ¿cómo la llevas? Y así siempre, Falito parriba, Falito pabajo. Y éste me las tiene que pagar. Hasta que no lo mate, no voy a parar. ¡Faltaría más!
-No se altere usted, hombre, se lo dice en broma.
-¿En broma? ¡Falito a mí! La tengo así –y se señaló de nuevo el antebrazo.

De mi libro “La Marimanta”, descanso 46.








2 comentarios:

  1. Leer tus libros, Mario, ha sido un verdadero deleite para mis sentidos: He descubierto a un amigo escribidor que utiliza el verbo con una maestría sorprendente, que conoce los entresijos de las intrigas pueblerinas para saberlas plasmar en el papel con perfecta sincronía, creando en el lector imagen y avidez por resolver el misterio que tu imaginación, mi amigo, ha provocado. Un verdadero placer .

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  2. Da gusto leerte, sé que me quieres. El asunto es bien fácil: uno nace, crece, vive y ama, todo en el mismo pueblo durante 20 años. Y si va observando con detenimiento todo cuanto acaece, liberas pejucios, y las verdades las fabulas un poco, entonces sale el pan horneado. No hay más mérito. ¡Ah!, se me olvidaba que, como en la buena cocida, hay que hacerlo con amor. Pero de estas cosas tú sabes mucho. Un abrazo.

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