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Talavera de la Reina, Toledo, Spain

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02 enero 2025

NADIE ENSEÑA A ESCRIBIR


 

—Yo sé leer, pero no sé escribir —me confesó mi nieta, que anda en una edad perdida entre caminos futuros—.

—Pues yo no te puedo aconsejar porque tampoco sé, pero por mis años te podría orientar sobre cosas de la vida de las que podrías hablar, y escribirlas de la misma forma con la que hablas a tus amigas.

Empieza describiendo no lo que ves sino lo que sientes al verlo. Ahí, tu mundo, aunque joven, está lleno de palabras. El mío, además, también está lleno de vivencias, de motivos y de recuerdos, acumulados en el devenir del tiempo, que no te enseñan a escribir, pero sí a pensar. Y en este punto, uno siente que el corazón se encoge cuando observas por qué una mujer está sola y piensas a quién crees que espera cuando mira repetidamente al móvil. O con cuantas personas de buena ley te has cruzado hoy por el camino.

Tú aprenderás a escribir cuando vivas mucho y leas un poco. Ten en cuenta que en la fase feliz, en la fase oculta, en la fase que parece que no pasa nada, es cuando realmente está sucediendo todo. Y ahí permanecerá contigo hasta que no pueda seguir oculto y salga a la luz con fuerza, como cuando oprimes la pasta de dientes y salpica en el espejo.

Nadie puede enseñar a escribir a nadie. Si lo llevas dentro, saldrá. Eso sí, deberás tener fe, miedo, amor al mundo y a la vida cuando comiences. Aunque yo sé por tu pregunta inicial que ya estás escribiendo aunque no lo sepas.

Vive y aprenderás de todo. Eso es lo que importa.

 

23 octubre 2024

HAY QUE ESCRIBIR

 
¿Escribir de qué, a quién? De lo que sea, a quién sea. Escribir por escribir. Escribir sobre el sol cálido del otoño, ese sol firme como una sospecha, que modela detalles sin medias tintas: sombras y luces tupidas. Escribir de los otoños, ahora que alcanza uno de ellos su esplendor, y del aroma intenso y eterno que el azafrán impregna en los campos, y cuando llega a la casa y sale de los arcones o de los tabiques la hace más morada. Escribir sobre el día que se nos escapa sin saber en qué lo hemos despachado. Escribir sobre el tiempo detenido buscando no sabes qué, y sabiendo que lo retienes en ese instante. Escribir sobre la noche ciega que nos corta los caminos del pensamiento. Escribir sobre el pasado que aún se remueve en los adentros, y te inquieta si pregunta que el camino elegido fue tu mejor elección. Escribir sobre el invierno pasado y el que va a venir, que nos traerá con las corrientes de aire su legado de tiempo gélido. Escribir sobre los luceros que cabrillean en la noche en un cielo surcado por las grullas, de paso a dormideros más acogedores. Escribir sobre el aguilucho que desciende y baja hasta la carretera para apresar lebratos y cualquier resto que la noche haya liquidado. Escribir despacio, pausado, tanteando y quebrando  la memoria hasta que la noche termina y ya no  queda tiempo para más. Escribir sobre el primer amor y sus locuras de juventud, aquellas que duermen dulce en el corazón. Escribir del amor enajenado y turbador, que llega cuando tiene que llegar, capaz de abrir caminos imprudentes. Escribir sobre lo que lees de autores que nos sumerjan en sus historias de terror, de aventuras o de silencios, en la esperanza de que nunca se agote el interés. Escribir en otoño sobe el Burcio, la Milagra o el Pilarillo, con la distancia presente destacada en brillos, en la noche de Talavera. Escribir de día con lapiceros 4B en cuadernos nuevos, marcando el libro que se lee, con la persiana alzada hasta arriba dejando que la luz entre. Escribir alegatos que, como piedras, golpeen y despierten las conciencias en este tiempo de silencios cómplices.
Y escribir para que quede constancia del tiempo que he dedicado a escribir.

Escribir, sólo escribir.

11 agosto 2024

VERANO

 Pasó el predominio del jaramago. Pasó la trama en los olivos. Mandan los nardos, engordan las aceitunas, y lo que ayer fue un sembrado, hoy es rastrojo. La zarzamora de la carretera que lleva a la estación de ferrocarril deshace su flor en el vallado de piedra. La matalahúva pierde su cabeza de nieve. Comienzan a descarriarse las codornices en la raña.

El viento es seco; los caminos son polvo que sólo con la luz primera o la última brisa del atardecer los hace transitables. De no ser por la chicharra, el campo es mudo. Resiste lo duro: el olivo y la paja reseca. El verde desaparece, se defiende mal. Tanta tierra seca, sola y eterna, me angustia.

Revelan las aguas de las albercas de los huertos de Arsenio y del Rabadán, enfrente están, la misma luz tibia de la luna; la misma luz que reverberan las piedras que el sol calentó durante el día.

Así, en este mundo inhóspito se ha movido nuestra gente. Es verano y es el tiempo de la espiga hecha grano. Es el pan del año. Es ahora, deber ser ahora, el verano no da tregua. Duermen en los carros los de la «saca» hasta su destino, sin más guía que el conocimiento de las bestias, ya conocido por repetido. Se han asentado las parvas en las eras. Han crujido los trillos y saltado las gavillas. Este es un verano más, tórrido y abrumador, como siempre lo son.

Han dormitado los gañanes a la espera de la primera brisa, que les traerá la aventura de la aventada con el manejo de palas, horcas y bielgos. Y cuidando el montón de grano limpio, estos hombres duermen bajo las estrellas y junto al grano con el mismo polvo y sudor del día. Tierra regada con sudores, con cuidados, con maldiciones.

Somos deudores de un pasado, esclavo de la tierra y del clima exasperante.

¡Dios, tanto penar para tan poco beneficio!

 

 

 

22 abril 2024

ABRIL

 

Mes de las flores por excelencia. En este mes estallan las flores de los jardines, de los prados, de los parques; explosionan de luz y aromas, y se instalan en los pentagramas para crear la música que la belleza de sus colores ha inspirado. Es un mes para vivirlo y soñarlo como nos lo dijo en música Carlos Cano. Es un mes para hurtarlo y llevárselo consigo donde quiera que uno vaya.

Las flores que nos embelesan en estos días de abril abocetan un almanaque hedónico y musical, colmado de colores variados y exultantes. Por la ventana de este jardín onírico se nos presentan los vanidosos narcisos. Las petunias, que con sus múltiples colores nos señalan la Semana Santa a toque de corneta. Las gardenias, con Machín, flores de son para ofrecer un «te quiero» en momentos propicios. Las lilas, recuerdos de infancia porque simbolizan el amor auténtico. La altanería del tulipán, que nos recuerda que después del frío nos llega un tiempo a estrenar. Y jacintos y camelias, que si nos faltaran, sentiríamos la ausencia de la mejor compañía.

No nos olvidemos de las sencillas flores del campo, las que huella el pie, que arranca la azadilla o que arrolla el arado. Son los nazarenos, los jaramagos, los zapaticos del niño Jesús, el Pan y Quesito, las amapolas, el cantueso, la lavanda, el malvavisco…y las mil plantas desconocidas que llaman yerbas del campo y que reposan sobre el surco abierto, sobre lindazos y veras donde no llega hierro alguno. Son ellas las que convierten los pasos en caminos celestiales.

En el viento está la libertad. Y la belleza es un vuelo lento por donde el corazón transita por las cosas quietas sin moverse de ellas. Con este campo salvaje y multicolor somos pozos hondos a los que hay que asomarse para sacarles el todo en una loma, en el peñascal o en la vera de una zanja. Así se sacan los secretos al campo de abril, así repararemos en el color de la piedra, mil veces vista, en la forma de un árbol o en la luz de un camino. Después viene la noche con su negrura y el sonar del campo deja un eco, una llamada eterna a la belleza. Y todo se va para regresar de otra manera. Ni la curruca, ni la rana cantora, ni la madreselva, ni los brillos del cielo serán iguales. Pero Abril sí regresará a nuestras vidas.  Abril es un mes que enamora.

14 marzo 2024

EL CAMPO


Me gusta el campo, no lo puedo remediar. El problema es en que no está al alcance de todos. Yo, que vivo en una ciudad grande y dilata mirando hacia Madrid, me pregunto dónde está el campo. Y deduzco que el campo es lo que queda fuera de las ventanillas del coche cuando voy a 120 por la autovía; el campo es la distancia y lo que se observa entre el punto de partida y el de destino, carretera y poco más; el campo es, a lo mejor, el paisaje que va cambiando con la venida de las estaciones, cosa ésta si alguien se fija en detalles; el campo está allí donde se ven relucir millares de placas solares, aerogeneradores, ríos contaminados o acuíferos con sobredosis de nitratos. El campo, que no tiene puertas, carece de entradas, por lo que es imposible acceder a él bajo sanciones o peligros: vallados, alambradas, prohibido el paso, cotos de caza.

Y si no nos alejamos tanto y con amabilidad miramos a la periferia de las ciudades, esa zona vemos que está destinada a vertederos, naves industriales, postes de alta tensión, que son como telas de araña en tiempo de brumas.

En los pueblos sí hay campo: la tierra que queda más allá de las últimas casas. Pero en muchos pueblos ya no queda nadie, los visitas y te dicen los lugareños que los jabalíes esperan a la noche en la raya para bajar al pueblo, y que cada día baja una cuarta la raya del monte, así hasta que se lo coma todo. El campo, como en una guerra, está lleno de cicatrices.

Las políticas lo han dejado abandonado a su suerte. En esta Castilla y en la de más arriba, que son tierras de cruzar, nadie ha sabido qué hacer. El campo es un negocio con beneficios para los de siempre, pero nunca ha sido importante para quien lo trabaja.

Del campo me queda el recuerdo, un ayer imposible de olvidar. Lo conozco en su ternura y en su dureza, pues he andado sus caminos y han descansado mis ojos en su excelencia. Un campo donde las herrizas se coronaban de coscojas, la encina huérfana cantaba una historia, y de una mata que tiembla sale un sisón de vuelo lento. Era entonces cuando el campo hablaba: hasta aquí llegaba el arado, por allí comenzaba la realenga; mil años tiene esta encina, cientos estos olivos. ¡Cuánta esperanza sobre unas lindes!

A veces leo a Delibes y lo veo caminar por un campo limpio y sano, lleno de hermosura. Y vuelvo a ser joven.

 

 

17 diciembre 2023

JERÓNIMO


Ha muerto Jerónimo, mi amigo. Hay amigos que se mueren y hay amigos que se te mueren, como es éste el caso. Se me ha ido para siempre Jerónimo, así, a secas su nombre. No se necesita nada más para reconocerlo, pues si irrepetible fue su nombre, también singular y señero como pocos.

Nos ha dejado cuando los árboles van quedando desnudos y sus hojas restauran un suelo de colores donde se nos enredan los zapatos del olvido. De la misma forma que se desnudan los árboles, el tiempo desnuda la vida mostrándonos su pujanza, contra la que nada se puede hacer. Si la vida viene de malas, compone un artificio que nos va pelando hasta dejarnos sin luz. Dios lo querrá así. Yo, no. Yo he sentido en mi alma  la  muerte de este amigo sencillo y justo, con el que crecí, paseé y confié en él. Nunca le oí una palabra malsonante, una murmuración, un reproche. Su estoicismo me relativizaba la velocidad de la vida, esa celeridad o apresuramiento que a veces impide enganchar las cosas interesantes que pasan cerca de nosotros. Pureza estoica.

Nos tuvo unidos en nuestra niñez y juventud por el estudio y el fútbol. Ya era elegante y poseedor de un carácter británico que le permitía no enzarzarse con absurdos barroquismos, pues conocía el valor exacto de las cosas, sus consecuencias, y dónde estaba lo importante de la vida.

Mi amigo, me llegó la noticia de tu muerte en ruta por lindes extremeñas y, como siempre que llega la muerte a destiempo, y no por esperada es necesaria,  me vino un rebote a la cabeza como  una tormenta de cuchillos estridentes. Ahora que pienso en ti, en tu familia, y te escribo, parece como si la sangre se me hiciera hielo y no me dejara seguir. La vida es una hija de puta con la guadaña siempre acechando.

Temprano levantó la muerte el vuelo,

Temprano madrugó la madrugada

 Temprano te fuiste, mi amigo. Emulo de nuevo a Miguel Hernández:

En Alamillo, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Jerónimo, a quien tanto quería.

Tempus fugit, requiescat in pace.

Hasta siempre, amigo.

                  

                                                                                                             

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

05 octubre 2023

DE ALTURAS Y PLANICIES




 He caminado por los montes de la carrasca y el quejigo, donde se da el  romero, las aulagas, el espliego;  y todo mi paseo envuelto en un  ocaso bonito que iluminaba con una luz tierna estas sierras que aquí se ven. Tan limpia fue la tarde y tan dulce el último rayo de sol que se me fue el tiempo en un suspiro. Tan cautivado andaba que fue el grito de un búho, venido de un espeso robledal, el que rompió el silencio y me avisó que la noche invadía el sopié de la costera. Volví al refugio, que lejos no estaba, con el miedo, hermano de la noche.

Las fragosidades que da la sierra me conmueven y me asombran, tal vez por contraste; pues nací y crecí en campo abierto, plano como un pandero. Soy hombre de superficies lisas, un hombre en la luz y de la luz, de las flores que nacen en la sabana, de la yerba nueva, de los trigos que ralean en la tierra mala, de la insignificante mudanza de los cielos. De encinares, charnecas y tamujales. De arroyos sin cantos de agua, de campos en soledad donde alardea el lirio, de cercados en barbechos o sementados, de rastrojeras recién segadas y el olor de la paja húmeda del rocío.

De observar cómo traspone el sol el mogote del Burcio dejando un rescoldo de luz sobre el espacio, que si uno pudiera le negaría al sol su despedida de tan bello como queda todo. Y de guipar las estrellas en el cielo oscuro, que son como ojos que nos estudian hace milenios de siglos, y localizar el lucero más brillante, que se llama Venus, que si no es Venus yo quiero que lo sea.

Soy, somos hijos de la tierra. Y yo soy un ignorante que viaja por su piel.

Terram meam.