La pasada semana salí andorrero. Llevo un tiempo absorbido por el lujo doméstico de la comodidad y decidí hacer un alto. ¿Dónde quieres ir?, le pregunté a la Betina. Si salimos, llévame a la sierra, a las alturas, que el bajo queda muy cerca. De la misma manera lo entendí yo también, así que opté por cambiar el camino por el que habitualmente disfrutamos y que nos acerca a la Sierra de Gredos (eje fundamental del Sistema Central, el que parte geográficamente en dos a España) y echar el día por los Montes de Toledo, no tan agrestes pero igualmente sugerentes. Ochenta kilómetros separan a Talavera del destino que fijé, y de ellos treinta son tortuosos hasta la desesperación, no obstante el excelente firme de la carretera. Mi destino era la aldea de Piedraescrita, no por la aldea, sino por su ermita y su serranía.
Circula la carretera por entre la encina, la jara, el roble, la haya. Los pinos y eucaliptos, en algunas zonas bien diferenciadas. Matas de lavanda, tomillo y romero perfuman el camino. Suelo raso, verde, compacto y vigoroso. Dentro de poco todo este campo del Valle del Gévalo se tintará de sienas, de rojos vivos y de sepias y se desnudarán para pasar el invierno. Es rara la Naturaleza cuando ante el frío y la nieve se desnuda y ante el calor veraniego se cubre. Salen a nuestro andar caminos de herradura que se pierden buscando el cielo o se vacían en desgalgaderos hacia la sima o mueren en el lecho pedregoso del río Gévalo. Media docena de pueblos decadentes, sin juventud y sin esperanza, habitados por pocas familias, nos salen al paso. Es una zona deprimida, semisalvaje su campo, sin hollar sus tierras. Pintiparada para el descanso y el pensamiento. La carretera termina en Piedraescrita, no hay más allá ningún camino transitable en coche. Y aquí el templo. El arte es bello si se explica la técnica, el estilo, el marco histórico y el significado de los símbolos junto a la teología que contiene. ¿Y por qué su nombre? ¿Por qué se construyó este templo en un sitio tan inhóspito, tan apartado del mundo civilizado, qué significa, qué contenido teológico tiene? Dentro, la obra ceramista de motivos bíblicos que enmarcan sus paredes dan respuesta a muchas preguntas.
Aquí nos basta saber que es un templo de origen desconocido, de estilo mudéjar por la sencillez de su ejecución y abundancia de mano de obra en su elaboración: gruesos muros exteriores construidos con lajas de pizarra con yeso, cal y barro arcilloso. Por la pintura del Pantocrátor, románico, y por los pequeños arcos ciegos, mozárabe. La planta es de tipo visigodo. Este templo aparece ya citado en cartas y privilegios reales en el siglo XII, aunque la leyenda le da su origen en el XI. Todas las iglesias cristianas a partir del siglo IV tienen orientada la cabecera hacia el Este, que es el lado del sol naciente. Y esta iglesia, en principio ermita, también. ¿Por qué? Se trata de un recuerdo de los cultos solares, de la antigua adoración del naciente, ya que en Egipto y Grecia los fieles se volvían hacia el Oriente para adorar al dios del sol. Y aunque en el cristianismo no se adora, naturalmente, al sol, sin embargo permanece como el símbolo de la divinidad del Salvador. Oriente es, a la par que la fuente de la luz, la dirección de Jerusalén, la Ciudad Santa donde murió Jesús. Este templo, excavado bajo el nivel del suelo, está declarado Bien de Interés Cultural.
Aquí nos basta saber que es un templo de origen desconocido, de estilo mudéjar por la sencillez de su ejecución y abundancia de mano de obra en su elaboración: gruesos muros exteriores construidos con lajas de pizarra con yeso, cal y barro arcilloso. Por la pintura del Pantocrátor, románico, y por los pequeños arcos ciegos, mozárabe. La planta es de tipo visigodo. Este templo aparece ya citado en cartas y privilegios reales en el siglo XII, aunque la leyenda le da su origen en el XI. Todas las iglesias cristianas a partir del siglo IV tienen orientada la cabecera hacia el Este, que es el lado del sol naciente. Y esta iglesia, en principio ermita, también. ¿Por qué? Se trata de un recuerdo de los cultos solares, de la antigua adoración del naciente, ya que en Egipto y Grecia los fieles se volvían hacia el Oriente para adorar al dios del sol. Y aunque en el cristianismo no se adora, naturalmente, al sol, sin embargo permanece como el símbolo de la divinidad del Salvador. Oriente es, a la par que la fuente de la luz, la dirección de Jerusalén, la Ciudad Santa donde murió Jesús. Este templo, excavado bajo el nivel del suelo, está declarado Bien de Interés Cultural.
¿De dónde le viene el nombre de Piedraescrita? El topónimo es de origen romano, quienes solían colocar en sus calzadas unos hitos o mojones de piedra miliar, “miliarium”, con inscripciones, que señalaban las millas en los caminos o espacios de mil pasos. Me cuenta un lugareño venerable que durante unas obras se encontraron restos de una calzada romana y que ésta daría nombre a la calle donde la ermita se sitúa, Calzada número 22, y que este nombre, me asegura, no ha cambiado nunca en la historia del pueblo. Y me remite a las actas municipales. Hay otra acepción del topónimo “piedraescrita” de origen visigodo. Hace referencia a templos levantados sobre la tumba de un mártir o para albergar los restos de algún personaje importante, y siempre cubiertas con lápidas con inscripciones: de ahí el nombre de “piedras escritas”. La orientación del templo respeta las actas del concilio de Elvira, y así su trazado es de levante a poniente, uso que se generaliza a partir del siglo IV. Pero una curiosidad no religiosa sino geográfica destaca en el templo: su cubierta a dos aguas limita justo en su caballete a las provincias de Toledo y de Ciudad Real, de tal manera que las aguas sobre la orientada al sur van al Guadiana merced al río Linchero; las otras, al Tajo por el Gévalo (río de jabalíes, jabatos) que nace en la sierra de aquí.
Del campanario cuelgan tres campanas de diferente tamaño y de tonos distintos, y cada uno señala un evento: la pequeña se tocaba para indicar el fallecimiento de un niño de la localidad o de otra, pero los oficios se celebrarían en ésta; la más grande, de toque grave y sonoro, indica el fallecimiento de un adulto; la mediana tunde el aire y llama a los fieles a todo tipo de oficios o eventos religiosos, como misas, rosarios, bodas, o para avisar de incendios o de algún peligro inminente. Una pila bautismal cualquiera lleva consigo una historia detrás, igual le sucede a un campanario, y a ésta de aquí no le falta semblanza, relato, ni historia, que la dejo para más tarde ampliar este relato. La azulejería talaverana del siglo XVI, que adornan sus muros con representaciones bíblicas, es digna de estudio, que omito.
En fin, mucha crónica para esta ermita desconocida, perdida en los parajes serreños de Toledo, que fue paso de peregrinos hacia Guadalupe. Pero se me hace ya largo el recorrido y pienso en la fatiga del lector, si ha llegado hasta aquí.
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