No hay diana
más detestable a la que apuntar y disparar que a la delincuencia. Menos la
corrupción, que hoy se lleva la palma, aquella es la más perseguida. No
obstante yo opino que la delincuencia es necesaria, dado que es un síntoma del
progreso de un pueblo. Un amigo cubano, recién llegado de allá, me asegura que
los dentistas se están quedando sin anestesia y sin clientes, cosa que los
pacientes saben y se resisten, naturalmente, a sentarse en el sillón. Así no
hay progreso, es necesario el narcótico para que el médico progrese. La visión
sanitaria de mi amigo es tan reveladora como que la puerta de un restaurante se
quede sin gatos o un basurero sin aves.
La delincuencia
sube los datos estadísticos y no es por exceso de permisividad por parte de la
policía o de la maldita política, no. Se debe a que somos un país próspero, de
una inmigración creciente y de unas tentaciones sin medida. Y todos sabemos que
la delincuencia prospera y se perfecciona allá donde hay cosas que robar, por
eso progresan los gorriones en las terrazas de un bar. Yo no he visto un gato
en un tanatorio, por la misma razón que no hay ladrones en las salas de las
autopsias. ¿Por qué?
Porque la muerte no crea empleo, ni el empleo salarios. Y donde no hay salarios no hay joyas ni ladrones ni gatos.
Cuando se nos decía que éramos un “país en vías de desarrollo”, los cacos –no llegaban a conquistar otra definición- se ocupaban de robar lo que había, Y así afanaban gallinas, y cepillos de las iglesias. Hasta se atrevían con alguna relojería de barrio, no obstante ser sabedores de la eficiencia de la Guardia Civil o de la Policía, que bastaba unos pisotones del funcionario de más peso para solucionar el asunto. Y es que un pie del 46 era más certero que el Código Penal.
Ahora tenemos una delincuencia propia de un país rico, ahora lo que hay son criminales con un “máster” que se ríen de la Interpol. Llegan de países desmembrados y de otros lugares tenidos por calientes, pero no para ellos, que tienen al infierno como una sauna. Si los comparamos con los de los años cincuenta o sesenta, que se asustaban con sólo ver un correaje, aquellos no pasan de ser una escolanía.
Porque la muerte no crea empleo, ni el empleo salarios. Y donde no hay salarios no hay joyas ni ladrones ni gatos.
Cuando se nos decía que éramos un “país en vías de desarrollo”, los cacos –no llegaban a conquistar otra definición- se ocupaban de robar lo que había, Y así afanaban gallinas, y cepillos de las iglesias. Hasta se atrevían con alguna relojería de barrio, no obstante ser sabedores de la eficiencia de la Guardia Civil o de la Policía, que bastaba unos pisotones del funcionario de más peso para solucionar el asunto. Y es que un pie del 46 era más certero que el Código Penal.
Ahora tenemos una delincuencia propia de un país rico, ahora lo que hay son criminales con un “máster” que se ríen de la Interpol. Llegan de países desmembrados y de otros lugares tenidos por calientes, pero no para ellos, que tienen al infierno como una sauna. Si los comparamos con los de los años cincuenta o sesenta, que se asustaban con sólo ver un correaje, aquellos no pasan de ser una escolanía.
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