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11 mayo 2022

BRASERO Y BADILA


 Aquí tenemos una fuente de energía puramente española. Forma parte de los objetos indígenas de los que ya no nos ocupamos, cuando por leyes, ciencias, administraciones, literatura, más usos y costumbres, ha sido protegido.

No sólo ha desaparecido el brasero como mueble añejo, circular y eterno, como todo círculo sin principio ni fin; también la badila, el fuelle o el soplillo, apéndices necesarios para su completo funcionamiento y eficacia. Se acomodó de tal manera a los beneficios que proporcionaba que fue usado sin discriminación por todas las clases sociales. Sólo se diferenciaba uno de otro por el metal con el que se había construido, pues el abuso de la plata en su fabricación y elegancia fue tal que el siglo XVI salió al encuentro de semejante abuso con la siguiente ley:

“Mandamos que de aquí en adelante no se pueda labrar en estos nuestros reinos brasero ni bufete alguno, de plata, de ninguna hechura que sea” (Recopilación, lib. VI, título XII, 1.2.)

Debía ser que no estaba el alcacer para zampoñas.

En mi casa del pueblo aún pende colgado de un garabato el viejo brasero, el típico y primitivo. Ése, que encajado en la tarima, con su blanca ceniza y encendido picón, con su jaula protectora y las enagüillas conservando el calor, era centro convergente de sociedad. El acompañamiento familiar y circular de manos y pies. En derredor de cualquier brasero, la indiferencia no era posible, ni las pretensiones eran exageradas. ¡Era tan natural estrechar las distancias! 

Es cierto que carbonizaba las pantorrillas y dejaba cabrillas de marca; pero era un gozo ir arreglando en figura piramidal las ascuas apretando el círculo con la badila por sobre la ceniza, que así quedaba cuando el padre de familia daba la orden de echar una firma.

En fin, el brasero se ha ido como el candil o el carburo, como se fue la hidalguía de nuestros abuelos, la fe de nuestros padres.

Adiós al brasero. ¡Que la ceniza te sea leve!

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