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08 noviembre 2013

BALBINO



Nuestras vidas  juntas,  nuestra juventud unida en esta tierra cruel, seca, casi inhóspita, en la que nacimos y crecimos y amamos. Allí donde aprendimos a leer, a jugar, a pensar, allí levantaron  el pueblo. Yo lo quiero porque no me gusta, pero es nuestra tierra, Balbino. Y es nuestro pueblo, mi amigo. Las calles barridas; y el sol, radiante de su luz casi hiriente, limpiando las casas, blanqueando la cal de las fachadas y de los patios olorosos por las flores y los frutos. En nuestro pueblo, devorado por su luz rabiosa y cansina, nosotros, todos los amigos, tú y yo, disfrutábamos de un mundo que no quería ser más que existir. Y nuestro mundo se constreñía, y cabía, en los estudios y en el balón, redondo como el mundo, redondo como la burbuja en la que vivíamos. Marito, tú corre la banda, me aconsejabas en el campo de fútbol. Siempre me has llamado con tu tierna amabilidad, Marito, ¿recuerdas? Y es que siempre has sido cortés y fraternal con todo el mundo.
Toda la vida juntos, mi amigo, y ahora te me vas. ¿Qué me queda de ti? Más allá de la memoria, esta noche te digo que me quedan los instantes que vivimos juntos mil veces y que ahora nacen sin nosotros y sin rostro. Y a mí me sobrepasan. ¿Qué se hizo de nuestras vivencias, de nuestros juegos, de tu casa en la que te recogía y de la calle que recorríamos para ir a clase, años y años; de nuestras clases con doña Ángela, de los amigos, del campamento en Hoyos del Espino (del que recordándote a ti, a Toñín, a Juanito, a José Carlos, lo busqué y lo hallé, tan escondido en la Sierra de Gredos como está, porque está?) ¿Qué dónde estuve la noche que falté a tu cita? En los rincones que sólo nosotros, tú y yo, conocemos. ¿Y qué se hizo de las cuitas, y de las clases en la Normal de Magisterio, y de la pensión, y de la patrona y de María Ángeles, y de los paseos por la Plaza Mayor y por las tascas de la capital? Aún conservo el libro que compré en la librería Axpa, recomendado por ti y por la librera con la que yo quería pasearme, y que ahora lo tengo delante, ¿te acuerdas? Lo he cogido, lo he abierto, te he visto en él y he repasado la escena como si hubiera ocurrido ayer. Tantos son los recuerdos. ¿Qué se hizo de todo esto? Nada, son el polvo de las horas, de los días, de los años, que lo sepultan todo.
Esta madrugada en mí se ha entristecido el tiempo, no lo he detenido porque no tengo poderes, pero hay en mis adentros como un silencio fluvial que a ratos se despierta y me comunica que la vida es cruel por ser vida y que el dolor que me duele es oceánico porque abarca muchísimos años de compañía, de amistad y de reconocimiento. Ahora mismo me está llegando el frío, he cerrado las ventanas de mi corazón para que la luz no forme sombras afiladas en él. Hoy no quiero la presencia de la luz, deseo desde el silencio, desde la penumbra, ver crecer los espectros y las imágenes que se niegan a ser recuerdos. Noto el silencio natural, un silencio que quiere quedarse y acompañarme, justo y digno. Y te he visto te he pensado y has vuelto a acompañarme, mi amigo, no obstante distraerme la escritura. Tener tu memoria dentro de la mía es, amigo mío, como cargar con una venganza guardada para este mundo que nos castiga, cruel, este mundo que pisa a aquel otro en que pudimos seguir viéndonos, hablándonos, riéndonos. Descansa, mi amigo, que llevaré tu nombre, tu persona, tus creencias y tus inquietudes donde van los míos.
Dejas una vida rota, y es la de Dominga, tu mujer. Deshecha en el llanto. Dominga, Balbino, vuestros hijos, la noche del 25 de septiembre. En su madrugada el sol se levantó en el cielo sin interesarse por vuestro cansancio. Y se detuvo. El sol se detuvo. Entre vosotros dejó de haber tiempo, el tiempo no existía porque no interesaba a nadie. Sólo vuestras miradas, unas dentro de las otras y la de él dentro de todas. Desde la trama de este papel inocente te hablo a ti, Dominga, mi amiga, para decirte que nunca te falte el aliento, que utilices tus fuerzas para mejorar tu vida, y vuelvas a la que antes tuviste. Cuanto antes. Empéñate en no decaer en el esfuerzo. Sé que es un tópico muy recurrente, pero no hay otro. El día empieza a nacer en las cosas y las cosas a nacer un poco también. Abre las ventanas. En las macetas las flores se levantan para sentir mejor la luz delicada que las cubre. Y sobre la tierra, al ras, avanza la claridad, como una plaga que se extiende, que avanza como una ola que no vuelve atrás. Toma el ejemplo.
Yo me quedo, además, con el presente de un gran amigo y su sonrisa de buen hombre clavada en mis ojos.
Mario Hidalga Redondo
Talavera de la Reina, 28 de septiembre de 2013


4 comentarios:

  1. Cuanto afecto, cuanto cariño por el amigo que ha cogido el petate y se ha marchado al encuentro de esa otra dimensión, misteriosa, inquietante, tal vez sala de espera de amplios horizontes en donde desde allí se vislumbra el aura de las ternuras de los que se quedaron y esperan el reencuentro. Un maravilloso recuerdo, mi amigo.

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    1. Así es, mi amigo. O así creo que debiera ser para que, con el encuentro, las bondades eliminen o superen las maldades. Si es que allí nos permiten entrar con los vicios de aquí.
      Gracias, amigo Jacobo, por estar presente ahora y en su momento, que fuiste tú quien me avisó de su muerte cuando yo salía de su funeral. Un abrazo.

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  2. Muchas gracias, Mario, por este articulo tan sentido que haces a mi padre. Te quedo muy agradecido. Alfonso Bejarano

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  3. Me quedé corto, Alfonso; no supe escribir más en aquella noche reciente. Espero que lo vayais superando. Lo siento mucho.
    Abrazos para todos.

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