Contra las muchas penas, las copas llenas
Ahora
que es otoño, una estación sabia y de buen consejo, de tiempo de racimos, de
lagares, de perfumes mareantes, de brillantes colores y de jugos vivíficos, está bien, mejor que bien,
dejar reposar los caldos en las tinajas; que no hay ni mejor batalla ni mejores
logros que los que nacen del tormento interno del mosto en los jaraíces.
Aquí
el vino duerme y sueña, se hace varón, pone alas a su fantasía y galopa como un
Pegaso por un mundo distinto, sin que le sujeten las bridas los demonios que se
han confabulado para atormentar al hombre de la calle.
Cuando
despierte, descenderán de su mitología y procurará alegrar el corazón de los
atribulados. Es un noble empeño por el que todos los años envejece y se renueva
con los caldos de otoño. Pero, sin engolarse, el milagro del vino es un milagro
carismático: todos confían en él y nadie ha crecido con él. Pero sigue
apeteciendo su barbarie y su descanso.
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