Pepe Blanco, el chulo apuesto riojano, le exigia a la Morell en una de sus coplas un beso,
porque “Es pagar las deudas, para todos un deber”. Le cantaba:
Me debes un beso… No te lo perdono.
Me debes un beso… me lo cobraré.
No me exijas eso, que un beso se
ofrece
Y si lo merece, te lo brindaré.
Hoy
un beso es una exigencia cuando debía ser una obligatoriedad, casi una
vocación. Nadie se besa ya porque nadie se quiere, y no nos queremos porque no
nos conocemos y porque ha desaparecido la familia o está a punto de
desaparecer, según la carrera que llevamos. Al linaje se le conocía porque los
individuos se besaban y se sonreían sin disimulo. Hoy no se besa, se juntan las
mejillas con un leve roce y sanseacabó. A veces el cumplido inevitable
encocora, pues notas la presencia en la cara de aceites y aromas que no son lo
tuyo, lo que da más pie para su rechazo. Otra cosa es el besuqueo, que eso sí
que no tiene nombre, porque si una unidad pesa, fíjate cuando entran un montón
en el peso.
-
Mira Ustasito, saluda al tito Gabriel, dale un beso.
Y
el tito Gabriel, un sabio en la ingeniería espacial (fue figurante en “El
astronauta” con Tony Leblanc), ya se ve obligado a darle un beso, que consiste
en juntar la cara y decirle al oído alguna simpleza como “¡qué alto estás ya! o
“qué guapo eres”. Eso no es un beso, es salir del paso ante un acontecimiento
repentino y que te desborda. Mi padre no me dio jamás un beso, y mi madre, en
raras ocasiones, a lo más que llegaba
era a pegar su cara contra la mía, y yo sabía de su intención porque abría la
boca pegada a mi oreja y escuchaba el ruidito. Yo no he dado un beso ni en mi
cumpleaños, debe ser que lo llevo de herencia, como las anginas. Si la boca no
suena, no es beso; es simplemente un saludo afectuoso, forzoso y preceptivo. Igual
que los moros, que juntan las mejillas tres veces y ¡hala! ya están cumplidos.
Ni nuestros abuelos besaban ni nuestros nietos besan; es más, se ve a veces que
incluso entre familias se evita el besar y se da a cambio un apretón de manos,
de la misma forma que si te presentaran a un desconocido que se ha colado de rondón
en la reunión, y que lo aceptas con flojera al observar su mano lacia. Un beso
cariñoso es el mejor de los regalos; bueno, el mejor regalo de todos es que te
obsequien con un libro, no nos vayamos a engañar. Un libro lo tienes
continuamente en tus manos y hasta llegas a acariciarlo si te haces con él, no
te protesta, no te engaña sino que te enseña, cosa que no lo puede sustituir un
beso porque te resultaría cansino.
-
Laudencio, hoy es mi cumpleaños, dame un beso, que no me lo das nunca.
-
Un beso, un beso, un beso, todos los
años con la misma monserga.
Aquí
se demuestra que Laudencio es esclavo de unas costumbres degenerativas y
perecederas, y que preferiría un sombrero, una garrota de fresno o un móvil. O
incluso darse un paseo con el tractor por el campo antes de besar a su hermana,
que fue a darle la noticia.
En
las películas antiguas, blanco y negro, tampoco se besaban; aquello era otra
cosa, cada uno iba a la suyo: el policía, tras el ladrón; el asesino, tras la
víctima; el pistolero, tras la pistola; el concejal, tras los cuartos. No
tenían tiempo para nada, no les vagaba estar con la familia, que sí existía. Y
en las cintas de hoy, tampoco, porque no hay familia; hay de todo menos
familia: hay coches, volcanes, terremotos, asesinatos, sangre, cárceles,
caballos, y tontos. Y otras cosas, pero la familia no está ni se la espera,
como dijo el poeta.
¿Besarían
los aztecas, los egipcios, los medos, los persas? Yo creo que el beso ni lo
conocían, tal era su misión guerrera. Si
los espartanos tiraban por el Taigeto a los niños con algún defecto ¿quién va a
creer que el beso era un fanal de armonía familiar? ¿Y Cortés? Tampoco. A la
Malinche la tenía para pasearla, para interpretar, para informar. La ahormó
para la guerra, para fajarse como él. Ese hombre, siempre con espada en mano,
siempre matando, siempre ganando terreno, siempre avanzando. Con unas manos
como jamones y esa boca almenada ¿va a pensar en besar a la india?
-
Cortés, dice Marina que ahora que andas por aquí, te acerques un momento a la
cabaña. Y que te quites el gorro, que todavía no sabe el color de tu pelo. Y te laves,
también.
-
Eres un subnormal, Alvarado, ¿no ves que me tienen rodeado?
Imposible
darle un beso a esa muchacha. Y menos con la experiencia que traía de Cuba, que
salió por pies cuando lo intentó. Los besos no se han hecho para la guerra,
sino que son la mejor medicina para amarse, para unirse, para formar una
familia como Dios manda. Y no se necesita ni arte ni maña, son baratos y deberían
salir solos y espontáneos, como una explosión de júbilo al hallarte ante las
personas que quieres. Como el cantueso en el Burcio, el lirio en las eras o la
gárgola en la adelfa.
Napoleón
no quería besos. Tampoco quería a los gitanos. Ni a los mamelucos. Un día se
puso a disparar contra Giza y le borró la boca y la nariz a cañonazos; por algo
disparó ahí precisamente, por su odio al beso. ¡Ni que la pobre mujer se le
hubiera insinuado, pobrecita ella, si ni siquiera era mujer! En una ocasión el mariscal de campo le
previno sobre el libertinaje de Josefina, y no le dio importancia. “Bah, está
loca. Tú dispara, que es tu obligación”. Debía creer que el ruido de los
cañones era el beso con el que complacía a Natura por permitirle otra batalla
ganada, con más sangre y más muertes. Así entendía el hombre el cariño
familiar.
¿Habrá
besado el Ruso o su tío Flores alguna vez? ¿Y Saltitos, el guardia civil
canijo, que por poco nos hace dormir en el cuartelillo por dar una serenata a Herminia? ¿Y el Niño Danielito? No, ni castos ni impúdicos. No veo yo a estos en
plan familiar, cada uno en su casa. Ahora bien, hay mujeres que se beben los
vientos por un beso que suelde un matrimonio. Leer:
¿Quieres que vaya descalza?
Yo me iré por los caminos.
¿Quieres que me abra las venas
Para ver si doy contigo?
Haré lo que se te antoje,
Lo que mande tu capricho,
Que es mi corazón cometa
Y en tus manos está el ovillo,
Que es mi sinrazón campana
Y tu voluntad sonido.
¡Tela!
Esta muchacha no quiere un beso, está loca por un marido y por un piso. Por una
familia, ¡ea, ya está! El tío sinvergüenza al que la joven le suelta sus miedos
y su entrega, ni caso; si sabe que está en el bote ¿para qué la va a besar?
Hay
besos que hubieran quedado para la Historia y no conocemos su regalo. En
Hendaya hubo de florecer uno ¿quién lo duda? Ni en piedra ni en papiro aparecen los indecentes besos
entre Alejando Magno y Efestión; ni con Bagoas, ni con las princesas persas de
los reinos que conquistaba, que hacía todos sitios apuntaba el hombre. Ni siquiera en el cine se han visto besos entre
Julio César y Cleopatra, que los hubo sin mediar soberanía ni rencor; que sí,
que es seguro que tuvieron sus cosas. Ni se llegó a ver, solamente la intención, el que Jorge Negrete le iba a dar a
Carmen Sevilla a través de una cancela. Y de Adán y Eva tampoco, qué quieres
que te diga; y no es porque la Biblia lo haya censurado, que no, que no es por eso. Hubo un beso que salió en la tele y fue porque el actor se iba hinchando como un pan, y como un felino se adelantó al cámara, lo sorprendió y quedó para
el recuerdo televisivo: el de Casillas a su novia cuando fue a entrevistarlo
después de un exitoso partido. Y del que yo en su día, escribí (con perdón) lo
que sigue:
EL BESO
Yo
vi en su momento el apasionado beso del nervioso capitán de la selección
española que no pudo contener la presencia de su novia, tan cercana y tan guapa
ella. Eran el Casillas y la Carbonero, el guardameta mejor del mundo, y la
entrevistadora que, cumpliendo con su papel, le ordenaron entrevistarlo. Fue un
beso espontáneo, intenso, sin artificio alguno, un arrebato amoroso de quien no
puede contener su emoción. Es muy difícil analizar ese acto con palabras, pues
en un beso hay misterio y atavismo para entender por qué los amantes se besan.
El beso de Casillas iba más allá del contacto sexual, y cuando uno besa así
entra en un pasmo que no puede catalogar el lenguaje. Los momentos amargos, que
los tuvo, quizá lo condenaron a una soledad individual que se rompió por la cercanía
de su novia.
Se
notaba entre los que hemos gozado y sufrido con el amor que en ese beso,
eternizado, viajaban en una nube camino de la gloria. Por asociación de ideas a
las que por mis pocas luces no soy dado, soñé en ese instante con el paraíso
bíblico. No eran ellos como lo fueron Adán y Eva, primigenios, inocentes,
inocuos y bobos, sino como nos presentaron a nuestros primeros padres en
sociedad una vez perdida la inocencia, después de hacer acto de presencia la
serpiente. Yo tengo desde pequeño mis más y mis menos con el paraíso –esta es
una ocasión pintiparada para decirlo-, de tal manera que no sé si existió. Y si
existió, ¿dónde estaba? ¿Qué tamaño ocupaba? ¿Libre o amurallado? ¿Habría otros
árboles que no fueran la higuera o la parra? ¿Cómo era el clima? ¿Quién plantó
los tulipanes? ¿Estaría el terreno sembrado de trampas? ¿A qué olía el campo?
Con tanto tiempo libre como tenían ¿a qué se dedicaban Adán y Eva antes de dar
el patinazo? No tengo dudas, después de pifiarla lo primero que hicieron fue
besarse apasionadamente.
Por
otra impureza mía, cochina envidia, ese beso me aclaró las preguntas que
anteceden. Están claras, cabeza de chorlito, me dije a mí mismo. Verás: el
paraíso estaba en el sur de África, por allí comenzó el mono a sostenerse en
dos pies; su tamaño era el espacio que cabe en la cabeza de un niño o, lo que
es lo mismo o aproximado, el de un campo de fútbol; a los tulipanes los plantó
un jardinero llamado Van Marwijk, al tiempo que puso las trampas para que no
salieran vivos de allí; el clima que se respiraba era continental extremado, de
vientos rasantes que amenazaban las canillas o golpeaban salvajemente el pecho
desprotegido; el campo olía a sangre, como en una batalla medieval. Ese era el
paraíso, y digo paraíso porque al final fue la gloria, el laurel y el beso.
Cuenta
Neruda que en un beso se dice todo cuanto se ha callado. Y ahí Casillas con su
bendito silencio, el más elocuente, mandó a paseo a todos aquellos que viven en
el arcón de la estupidez. Y yo que creo, Iker, que ese beso a Sara, fue también
un beso a España porque fue España quien te brindó la ocasión, y que mi mujer,
que te vio con envidia, se le arrasaron los ojos y me besó y me habló y me dijo
que cuando dos se besan el mundo nace, cosa que se lo ha leído a Octavio Paz,
pero ella quedó transportada, y yo
agradecido porque conmigo quedó muy bien.
Ahora,
ya en reposo, a disfrutar del waka waka
y de la Copa que por capitán, mi capitán, fuiste el primero de todos los
jugadores en tocarla. Bébete el champagne en ella y olvida a los opresores
malditos que te quisieron hacer brujería, porque este Mundial es tuyo y sin ti
no hubiera habido Copa.
Pero
éste de Casillas quedará en el olvido, si ya no lo está. Solo uno queda en la
Historia por lo siglos de los siglos: el beso de Judas. Ni casto ni de
inmundicia. Fue un beso traicionero, de envidia, un beso de compra-venta. Dijo:
Maestro. Y besóle.
¡Oh, Judas!, ¿con un beso entregas al
hijo del hombre?
¡Y tuvo
Judas que hacer la entrega con un beso! ¡Nada menos que con un beso remató la
traición!
Ahora bien, yo sí. Yo sí me despido de vosotras con un beso, ¡como no!
Mi amigo, hablas del BESO y yo hablaré de un beso. Bueno, a eso de juntarse las mejillas en ese saludo que quiere pero no puede porque no se atreve, no es un beso, es... eso, un saludo. Para mi hay uno que destaca sobre todos, es ese que comienza con un suave roce entre los labios que contienden, que produce una vibración voluptuosa en todo el cuerpo, que invita a que todos los sentidos despierten para participar del suculento manjar.Nada más divino, nada más celestial. Esos otros besos de participación son como consignas sociales que se imponen dentro de sus normas. Una mirada, un gesto, un contacto efímero... pueden hacer transmitir un determinado sentimiento, pero ese beso suave, a conciencia, premeditado, controlado y compartido como en una simbiosis vital es un bálsamo de los dioses que te introduce en campos nebulosos de pasión, casi como en un éxtasis con el que te evades de todo lo temporal, de lo terrenal. Pero, mi querido amigo, nosotros hablamos impulsados por los aires de nuestra cultura en donde el BESO está instituido, en otras no tiene sentido, razón de ser, es cuasi punitivo y yo creo que es porque no han sentido ni un solo segundo las mieles divinas del roce suave entre los labios deseados.Besos tiernos, de afecto, eróticos... me quedo con el mío que no sabría donde encuadrarlo. Un abrazo
ResponderEliminarClaro, mi querido amigo, es que vamos por sendas diferentes: yo paseo por la linde y tú te has metido en el trigal. Pero en el trigal ya encañado. De todas formas, nadie mejor que tú hubiera descrito tu BESO, ése que sacude el alma y la deja tiesa, endeble, a merced de la pasión (monstruo ciego que arrasa con todo). Es difícil saber cuál de los dos besos priva en el mundo, si el dentro o el de fuera del sembrado, pero no cabe duda de que el que tú das es de más graves consecuencias. Un abrazo.
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