La
valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible
soportar.
El camino a todas las cosas grandes pasa
por el silencio.
Nietzsche
No le placía
a Degas enfrentarse a la naturaleza como lo hacían la mayor parte de sus
contemporáneos: “No quiero perder la cabeza frente a la naturaleza”, decía. Lo
suyo era empaparse de “modernidad” y admirar las manifestaciones de la vida
urbana, con mirada escéptica. Y buena prueba de ello es este fragmento del
cuadro que os presento, “Bebedores de absenta”, fiel compendio de una nueva
manera de entender la relación del hombre con la bebida a lo largo del siglo
XIX. Un siglo en el que nace el
alcoholismo como concepto y el bebedor solitario como una nueva figura humana.
Se desata una campaña contra el alcohol y sus
funestas consecuencias, vinculada, casi siempre, a una pretendida inmoralidad
obrera y, por supuesto, a un alcoholismo mundano que se extiende con rapidez. Y
entre las bebidas que sufren los ataques más duros se encuentra la absenta.
Cuando Degas pinta el cuadro que presento su consumo estaba
bastante generalizado, sobre todo entre los bohemios intelectuales... Se cuenta
cómo Toulouse-Lautrec salía de casa siempre provisto de una cierta cantidad de
absenta que colocaba en un hueco del mango de su bastón. Y que este licor tiene
una larga historia, muy ligada a la propia historia de Francia, rodeada de un
cierto componente histérico. Incluso un grupo investigador de la Universidad de
Newcastle ha descubierto que algunos de sus componentes se relacionan con los
receptores de la acetilcolina, que funciona como un neurotransmisor.
Pero volvamos al cuadro, que estoy errando el
tiro. Existe en él esa mutación de la imagen del bebedor tradicional,
“bonachón, expansivo y alegre”, por otro en el que la embriaguez se interioriza
en una suerte de absorción solitaria que refleja un malestar vital. Además, se
impone la bebida como algo relacionado con cualquier tipo de acontecimiento
feliz. Son muchas, sin duda, las causas que dan lugar a un aumento progresivo
de consumo de alcohol, ligadas todas ellas a una nueva vida cuyo bienestar
material creciente no ha encontrado aún unas formas de ocio, acordes con los
tiempos que corren.
Degas capta, además, la presencia activa de las
mujeres en los cafés parisinos y su incorporación pública a una forma de vida
para ellas hasta ahora vedada. Los dos personajes no se miran, ausentes uno del
otro, como si “El hada verde” (así se denominaba la absenta), con su sabor
anisado y su fondo amargo de tintes complejos se hubiera apoderado de sus
mentes, y los hubiera retrotraído a tiempos en los que la bebida era una
ofrenda ritual, rodeada de un ceremonial que alcanzaba incluso al modo de
servirla: en vasos muy variados y exóticos, junto con la típica cuchara diseñada
con perforaciones en la cazoleta. No debe extrañar que Van Gogh, ebrio de
absenta, se cortara el lóbulo de la oreja y se la diera a una meretriz. Y que
Picasso la elevara a tema magistral en varias de sus obras.
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