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10 mayo 2015

TENER CLASE





Hay quien no habrá pisado colegios de élite, ni ha sido  de cuna -ni falta que le hace-, ni en sus antecedentes familiares en los que hurgar se hallarán huellas de abolengo; no es rico, sino humilde y verdadero, de un natural limpio y leal. Tal vez no ha alcanzado el éxito en su vida, que la teje y desteje a su modo y manera. En su vida no tiene por qué intervenir su inteligencia, su edad ni su dinero, sino que a él se le distingue por una secreta seducción que emite por cada poro de su piel. Es un don tan fascinante o más que el talento. Es muy celoso de su vida y no juega a exponerse.
A esto se le llama tener clase.
El pudor es una forma de elegancia. Una persona callada siempre es más elegante que una vocinglera, de ademanes aparatosos. Hay quien nace con el sentido del decoro puesto, pero lo normal es que se adquiera por educación. Saber escuchar, no hablar más de lo debido y controlar los gestos a la altura del codo son señales de finura y de cortesía. Y no hacer alardes con sus sentimientos tanto si está contento como si le asfixia el sufrimiento: la risa y el llanto, mudos. Y aunque tener clase no desestima la guapura física como un plus añadido, su sal y su encanto se halla en la lindura moral, que es la que determina cada uno de sus actos.

A esto se le llama elegancia.

De Greta Garbo sabemos que se retiró del cine y no volvió a dar la cara. Cultivó su mito los últimos años de su vida, para lo cual levantó una muralla de silencio. Por eso, por su elegante trato, ha llegado a las enciclopedias. 

Pero tengo una amiga que no se le cae de la boca la palabra “fashion”. Puede enumerar de corrido una docena de marcas de ropa, de gafas, de bolsos y de botas. Imita a las estrellas de la TV y no conoce otro medio para distinguirse que sus arreos externos.

A esto no se llama elegancia.

Esto es así. Siento la comparación, pero me resultan agresivas ciertas actuaciones.

Hay cantidad de estos seres privilegiados en nuestra sociedad, sólo hay que observar y creer en ellos. Después, en la distancia corta, los descubres por su empeño en quedar bien, por agradar, por ofrecerse. Hay un halo estético propio expresado en su modo de hablar, de mirar, de andar, de sonreír, de permanecer en la sombra con tacto y tino, como si la educación la hubiese recibido como un regalo del cielo. A estas personas tan sobresalientes, mujeres y hombres, hasta les sienta bien cualquier trapito que se pongan.
                                  

1 comentario:

  1. Mi querido amigo, la sociedad es ingrata por naturaleza, con sus dictados induce a que el prójimo se transforme en una actitud cuasi camaleónica, el medio es el que manda. Únicamente se salvan los prudentes, los robustos de constitución anímica, los que no necesitan de vientos extraños para henchir sus velas porque conocen perfectamente su derrota. Hablar, si, en su momento; amables, sí, pero no serviles; contundentes, sí pero no groseros… La elegancia, creo, está en manejar las riendas del ser que llevamos dentro y al que estamos obligados a conocer, lo demás es comparsa, atrezo, guiones preestablecidos del gran teatro del mundo donde representamos nuestro rol. Porque lo de “tener clase” lo dejo circunscrito en un paréntesis mundano, para tenerlo en cuenta en un paisaje de malabarismos sociales . Somos tan importantes que ni el más insignificante de los seres puede ser sustituido por otro porque nadie lo podrá igualar jamás, hay que respetarlo, escucharlo y considerarlo, sin él no existiría el resto porque intestinamente se destruiría, cada cual somos un catalizador de esta reacción permanente que es la vida misma. La sociedad crea estos estereotipos: elegantes, zafios, con clase, melindrosos, altaneros… para ser sociedad, para poder interactuar, para dar vida al gran guion universal
    ¡Cuánto dice esa foto que publicas!... D. Jesús, José Aurelio, Rafael Carranza, la maleta y un coche… como primer plano. Muchas veces habré vivido momentos semejantes, eso también formaba parte del rol… Un abrazo ( Ya ves que me asomo por aquí…).

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