La democracia es la mejor
herramienta conocida para solventar los problemas humanos sin tener que
recurrir a la violencia. La democracia,
junto al enfrentamiento dialéctico de intereses –sintetizados en
derecha-izquierda- ha ayudado con éxito a la solución de conflictos. Leyendo hoy
a algunos articulistas y oyendo a tertulianos que ejercen o pretender ejercer
de politólogos, se diría que flota en el ambiente el espíritu de una Revolución
de las que aparecen, poco más o menos, en las películas. Es lógico pensar que
si la población está indignada con esta crisis (austeridad, recortes,
impuestos), ésta se decante por una. Naturalmente esta Revolución daría al
traste con el sistema actual porque pondría patas arriba a todo y a todos,
entiéndase políticos, banqueros, jueces, empresarios, sindicatos, educación,
sanidad, medios de comunicación…
Antes a estas rebeliones se
les llamaban vanguardias, pero hoy no tiene el nombre suficiente garra y es
necesario acudir a una terminología de izquierdas contundente, aplastante, para
que tenga resonancias vibrantes. No obstante, las revoluciones, llámense como
se quiera, participan todas de lo mismo: un líder, una masa que aglutina, y la
violencia; ésta que no falte porque no hay revoluciones pacíficas. Tampoco
están ausentes del enfrentamiento, pues los de abajo empujan a los de arriba,
y, si hace falta, entre ellos mismos. Todas las acciones van en función de
conseguir desbancar a los que los oprimen, y los que oprimen en aplastar o
aguantar la marea. En fin, la revolución es algo así como un émbolo, ahora
sube, ahora baja, y que enrarece la armonía de la sociedad.
Esta metáfora bien podría
aplicarse a nuestra política actual, sobre todo ahora que se nos está diciendo
que va a desaparecer el bipartidismo, que ya no vale eso de quítate tú que
ahora me toca a mí. El eje derecha-izquierda ha solventado hasta ahora los
conflictos procedentes de la convivencia, pero hoy se abren paso los
desconocidos partidos-revolución que todos conocemos y que están dando mucho
que hablar. Resalta uno que sube como la espuma en intención de voto. Quiere
solucionar nuestro problema con un hervor cuando las soluciones se cocinan a
fuego lento. Nos promete un mundo idílico y el cambio, sin decirnos dónde está
ese mundo y en qué consiste el cambio, excepto en que su líder es su mesías y
ellos son sus apóstoles. La democracia es un sistema imperfecto de la que se ha
apoderado la corrupción, la política, los capitales y el mercado, pero es con
lo mejor que se cuenta. Por eso es que se alzan voces.
Me falta advertirles a los
nostálgicos de los cambios-revolución que siempre las revoluciones no
controladas devienen en regímenes totalitarios. Y esa sí que no es la solución
perfecta. Ante esta confusión, echamos de menos el contrapeso centrista de la gauche divine. ¿Vendrá alguna vez?
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