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03 febrero 2022

LA CORNEJA


Tarde de sol. Refugio huido del circo urbano. El día completo recibe una claridad tierna y madura. No parece sino que se han juntado el claror de la mañana y la de la tarde, como dos mocitas. Las lomas que alcanzan a ver mis ojos tienen piel de albaricoque; lo umbroso y fresco, el verde crudo e íntimo de los corderos de San Juan Bautista niño. El campo es así.

Hay sendas frescas y humildes hechas de pies foráneos. Si mis pies hoyan el campo, disponen el camino para los que han de venir. Eso, abajo. Y arriba, esta corneja que vuela sobre mi debe ser la misma de todas las tardes. Si la miro me creo que sus alas encienden más el azul puro de este cielo, y que agranda su acento la soledad. Porque no se oye más ruido que mis pisadas y su grito. No hay más. 

En la antigüedad había animales alados que acudían en ayuda del hombre elegido en situaciones críticas. Eran emisarios divinos. Sí, en la tradición grecorromana ya aparecen junto a los fundadores de Tebas y de Troya.

¿Esta corneja tan asidua me traerá un agüero o un milagro? Yo la observo detenidamente, como hizo el Cid  camino de su destierro: ¡Alegría, Alvar Fáñez, que nos echan de la tierra!

Allí piensan de aguijar, allí sueltan las riendas.
A la exida de Bivar hovieron la corneja diestra,
y entrando a Burgos hobiéronla siniestra.
Meçió mio Çid los hombros y engrameó la tiesta
—¡Albricia, Álbar Fáñez, ca echados somos de tierra!—

 


No, no es este mi caso;  nada me dice la dirección que pueda tomar la  corneja. No soy supersticioso, lo que pretendo aclarar es que en la literatura cristiana lo agüero, como señal oscura, cedió al agüero como señal de un mensaje definido.

Le vino el cuervo a Alejandro Magno para guiarle; al profeta Elías para alimentarlo. Y al Cid la corneja para enseñarle el camino de su expulsión.

Al famoso árabe Al Idrisí, coetáneo del autor del Cantar, le impresionaban los cuervos de San Vicente.  Y a mí me llenan de gozo los versos del Cantar del Mío Cid. Y La corneja, que siga visitándome por este casal donde descansan los palomos en hornillas de yeso; el gallo, que sube al lomo para cantar a la madrugada, y las gallinas apeonando.

Me solazan los animales, incluida la corneja. ¡Es lo que tiene el campo!

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