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18 junio 2021

EL VERANO, NUESTROS VERANOS



Atrás quedó el jaramago, la hierba de los cantores, que la llamó así Luís XIV, y encendecandiles, como la conocen en puntos de Castilla. Ya pasó el florecimiento en los olivos. Los sembrados ya son rastrojera y comienzan a perderse las codornices. Las tórtolas zurean, pero menos, como si les faltaran frescura. La zarzamora ofrece su florecilla malva en los vallados, y la matalahúva va perdiendo su cabeza plateada. La Naturaleza viene y va, como un Guadiana ordenado. Ahora las aceitunas engordan sobadas por un viento seco y duro. Y todos los caminos son polvorientos, un buen remolino puede borrar los perfiles de su entorno. Solo se hace presente lo duro: el olivo, la encina, la paja seca; lo verde se sostiene mal. El campo es mudo en el hueco del día; si acaso la chicharra, que no se esconde ni calla. Si un arroyo sonara sus aguas, el campo se lo bebería entero. Para pasearlo, hay que dejar que el sol se desahogue y buscar la sombra. Si no, ni loco garbear por él. Hasta la luna arroja una luz desapasionada que a mí me parece tibia, como el agua de la alberca de la huerta del Rabadán, tantas veces rumbosa.

Y en las eras, otro cantar: brincan los trillos, saltan las gavillas, voces trajineras, ruidos de herramientas. Los pegujales sin pelar humillan la espiga y piden la hoz para el descanso de esa tierra que se ha quedado sin sangre, que ya no puede dar más. Los barcinadores descargan las gavillas del carro casi de madrugada, cuando corre un airecillo sin espigas que besuquear. Y la parva, un anillo dorado. Sol tórrido. Soplar la brisa y correr a aventar es todo uno. La horca, la pala, el bielgo y el viento hacen cada uno lo suyo para que el grano suba, caiga y quede. Estos trajines eran por ahora, por San Antonio, por la antesala del verano, que en lo nuestro siempre viene adelantado. Y ese grano volverá a caer en el surco de los pegujales, que se ofrecerán al sol para que los purifique, y esa semilla se convertirá en brizna raquítica, en caña, en hoja, en espiga y en pasto de era.




En nada de tiempo, el 21 y por la madrugada, entra el verano con credenciales astronómicas. Nosotros llevamos días sufriendo sus rigores. Digo bien el verbo, hoy me amoldo a él con dificultad, pero lo sobrellevo con recuerdos como los acabo de compartir.

¡Ay del verano en Alamillo! Cuanta vida, cuanta comunión, cuanta hermandad. Y cuanto cariño a sus gentes, aquellas que me hicieron como soy, pues soy lo que vi, lo que me enseñaron, lo que me aconsejaron, lo que compartí.



 

1 comentario:

  1. Qué bonitas palabras relatando así el puro y duro verano de tu pueblo.

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