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31 agosto 2019

VUELVE SEPTIEMBRE

 Ya esta aquí. Empieza septiembre, que vuelve siempre como el hijo pródigo. Huele a lluvia. Y huele a higos al paso de cercanías por la huerta de Juanillón, donde cuatro higueras lucen espléndidas, pegadas a la rústica y corta cima de pared de piedra viva y, por tanto, el fruto al alcance del paseante. Los primeros habitantes que catan los higos son los pájaros. Después, nosotros, los muchachos, los más avispados, los más pendientes de la sazón. Y lucen las granadas del árbol del patio de casa y la de los huertos de Marcial, Luís “Candongo”, la Milagra. Y los de la huerta grande de Manuel el de la Engracia, donde a veces nos dejaba (éramos amigos de sus hijos Julián y Ángel) bañarnos en la alberca, uno de los pocos sitios del pueblo en el que se podía disfrutar del agua. Más allá, la Presa, el Molino, para los más valientes y atrevidos, para los más independientes que escapaban hacia el río sin permiso de los mayores. Y en el Valle ya habrán brotado los ahuyentapastores, que antiguamente avisaban que era hora de la trashumancia.


Hay dos meses del año que gozan de mi preferencia, y uno de ellos es septiembre. Septiembre es el beso azucarado de un racimo de uvas recién cortadas. El sol septembrino madura el membrillo, que se corta y se oculta en gavetas de armario y se arropa  entre paños para aromatizar las telas finas de la casa. Es el tiempo de la tórtola, de la torcaz y del vuelo bravío de la perdiz roja. Es en septiembre cuando quedan las eras solas y el campo en silencio.  Y cuando brisca el vientecillo con el erizón, la coscoja o la charneca, la brisa parece prestarle al campo música de armonio monacal.

Es septiembre un mes tan poderoso que empieza a desnudar los árboles y a mandar a los niños a la escuela. La tierra, ya en tempero, recibe la herida de los tractores que la dejará en barbecho, que no es otra cosa que una oración a la esperanza. Aún así, prefiero la acuarela de la yunta de mulas arando en la lejanía, tantas veces vista con el pan y el chocolate de la merendilla en la mano.


En septiembre, ya pasadas las fiestas de agosto, siempre vuelve el pueblo a la normalidad, que no es más que la rutina machacona del día a día. Se van los forasteros y el pueblo se encierra en sí mismo. El silencio lo envolverá. Nos visitará el frío de la madrugada y volverá a salir el humo de las chimeneas. La familia a la lumbre o viendo la televisión como recurso al aburrimiento. 

Septiembre es paz, calma, recuerdos, unión.

Hay cosas que en Alamillo se fueron para siempre, y hay otras que se resisten a perderse, gracias a Dios.

Sea lo que fuere, septiembre siempre vuelve.





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