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27 julio 2019

ALAMILLO EN AGOSTO





Alamillo aparece alomado, despoblado y olvidado, dejado de la mano de Dios en un secarral de tierras yermas. Sin esperanzas, como cientos de pueblos de España. Sólo cuando llegan las fiestas, que es el último aliento de los pueblos antes de morir, cobra una vida efímera. Son, por tanto, las fiestas la última resistencia a la desaparición. Viene sucediendo desde décadas en Alamillo, pero trae agosto el reclamo sentimental y es cuando se perciben anhelos diferentes, brotes verdes de un tronco en sus postreros latidos; porque si las fiestas son disfrute, pausa en el ir y venir –algo así como posada en el camino- es cierto que la relación entre nosotros y los foráneos es distinta mientras dura el mes. Y es tiempo en que parece que las miradas cambian, que las palabras hablan para bien y que los pensamientos no llevan malicia. Cosa que a mí me  gusta.





 Alamillo en sus fiestas de agosto se esfuerza en sacar del arcón de la herencia las costumbres que van quedando y mostrarlas a los foráneos, que suelen ser hijos o nietos de los que se fueron. Y entonces quedan las fiestas con la procesión de San Antonio, Santo Patrón, siglos las andas por el mismo caminar (calle Retamar, calle Vieja. Plazoleta y calle Nueva); la caldereta de la Peña en las puertas del “Andalucía” o en el Callejón de Capricho, bajo la sombra de un telón raído y deslucido por el sol y por los años; el juego de la petanca; el bullir de las tabernas; algún torneo de “fulbito” (nunca de ajedrez, es mucho), el festejo taurino; la verbena al fresco de la noche en la calle de las Eras de la Laguna, donde veremos a Virgilio y a su señora inaugurando la pista de baile, que siempre la estrenan ellos; a la niña que pasa a tu lado, que te crees que es niña, pero ya es mujercita y luce como tal; saludar al paisano que han pasado veinte años sin saber dónde estaba, y darte cuenta que los años no pasan en balde. Y pocas cosas más.


Todo pertenece al alma antigua del pueblo, su seña de identidad, que aflora entre el ruido vulgar y cervecero de propios y extraños. Y después de este chispazo de vida, el desmayo, la flojera. Y volverá un nuevo agosto y se repetirá el ciclo, que servirá para demostrarnos que no se ha perdido el sentido del pasado, aunque el motor para vivir sea el instante de hoy.



Este año tengo motivos justificados para no poder encontrarme con mis amigos alamilleros. Y sé que la Corregidora os ha preparado lo mejor de lo que pueden dar de sí las arcas.

Yo os mando mi saludo y el deseo firme de que paséis un agosto sin calor y unas felices fiestas.




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