Cigüeñas en la plaza de Alamillo
Campanario de la iglesia de Alamillo
Foto cedida por Ángel Barbancho
Foto cedida por Ángel Barbancho
Son las cigüeñas amigas
de las ruinas, y quizá sean las únicas que prefieren los edificios en decadencia
para vivir y criar; también de los altos postes eléctricos, que se adjudican
sin bravatas y sin lucha caliente; y de los campanarios sin excepción. Son suyas
las alturas estables, por principios. En el Valle me he recreado viéndolas
alimentarse entre el pasto joven, confiadas ellas, sin extrañar mi presencia.
Precisamente en el Valle, (¡ay Valle de ida y vuelta, cien veces dadas!), vi entre
segados alcaceles, por única vez en mi vida, dos cigüeñas negras, juntas,
oteando gusanos y escorpiones. Ocupa la cigüeña negra su color donde la blanca lleva el suyo, y viceversa.
Esa perfección ha conseguido la naturaleza, tan sabia, tan sencilla.
Nos alegramos de su
llegada, pero no somos los únicos, ya lo hacían y cantaban su comparecencia y
atractivo Lope de Vega, San Juan de la Cruz, Machado, Tirso de Molina,
Cervantes, y tantos otros. En Alamillo, en su torre neoclásica siempre anidó la
misma generación a pesar de algún intento de desahucio, que lo ha habido. Pero
la cigüeña vuelve. Es como el río manso que se le destrona a la fuerza, y
cuando se inquieta se pone bravo, reclama lo suyo y lo ocupa sin miramientos.
Este febrero de ahora
nos trae la escarcha y el frío. Y un viento que tunde las banderas, los toldos
y los trapos puestos a secar. A pesar de todo, la cigüeña escribe su garabato
en el adormecido campanario de la iglesia de la Purísima Concepción de
Alamillo. Nos lo dijo Machado, pero él se refería al sopor de un molino parado.
Para la cigüeña es igual.
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