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16 febrero 2019

LAS CIGÜEÑAS




Cigüeñas en la plaza de Alamillo


Campanario de la iglesia de Alamillo
Foto cedida por Ángel Barbancho


 Ya están aquí las cigüeñas. Coinciden casi siempre con las heladas tardías y con la floración de los almendros. En el pueblo de Cáceres, llamado Garrovillas, por estas fechas el paisaje se viste de un manto blanco impoluto. Cuenta la leyenda que un rey de estas tierras matrimonió con una princesa del norte hecha a la nieve de sus campos. Y el rey para complacerla y matarle así su añoranza, hizo plantar multitud de almendros para que, al menos una vez al año, el paisaje le recordara su tierra de origen. Quizá sea cierta la leyenda, ¿quién duda de un apólogo que no dice verdad ni dice mentira? Pero la fábula sigue en Garrovillas y las cigüeñas también.

Son las cigüeñas amigas de las ruinas, y quizá sean las únicas que prefieren los edificios en decadencia para vivir y criar; también de los altos postes eléctricos, que se adjudican sin bravatas y sin lucha caliente; y de los campanarios sin excepción. Son suyas las alturas estables, por principios. En el Valle me he recreado viéndolas alimentarse entre el pasto joven, confiadas ellas, sin extrañar mi presencia. Precisamente en el Valle, (¡ay Valle de ida y vuelta, cien veces dadas!), vi entre segados alcaceles, por única vez en mi vida, dos cigüeñas negras, juntas, oteando gusanos y escorpiones. Ocupa la cigüeña negra su color  donde la blanca lleva el suyo, y viceversa. Esa perfección ha conseguido la naturaleza, tan sabia, tan sencilla.

Nos alegramos de su llegada, pero no somos los únicos, ya lo hacían y cantaban su comparecencia y atractivo Lope de Vega, San Juan de la Cruz, Machado, Tirso de Molina, Cervantes, y tantos otros. En Alamillo, en su torre neoclásica siempre anidó la misma generación a pesar de algún intento de desahucio, que lo ha habido. Pero la cigüeña vuelve. Es como el río manso que se le destrona a la fuerza, y cuando se inquieta se pone bravo, reclama lo suyo y lo ocupa sin miramientos.

Este febrero de ahora nos trae la escarcha y el frío. Y un viento que tunde las banderas, los toldos y los trapos puestos a secar. A pesar de todo, la cigüeña escribe su garabato en el adormecido campanario de la iglesia de la Purísima Concepción de Alamillo. Nos lo dijo Machado, pero él se refería al sopor de un molino parado. Para la cigüeña es igual.


 

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