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14 febrero 2018

VILLAR DEL POZO CON SAN BLAS



El día 3 de este mes de febrero el calendario gregoriano celebra las fiestas de San Blas y San Oscar, ambos nombres presentes en mi memoria por circunstancias diversas e inconexas.
La hoja de mi taco Myrga me dijo el día 3 de este mes que hoy es san Blas. Y abundando en datos sobre el santo un navegador me manda por unos u otros motivos a varios pueblos. Me centro con uno que conozco, pueblo menor de la provincia de Ciudad Real llamado Villar del Pozo. Menos de cien habitantes y muy cercano a la capital.
A Villar del Pozo lo mantengo presente e intacto en mi memoria por mis visitas frecuentes de hace años, por sus buenas gentes,  y por sus reducidas dimensiones, que hace que en trescientos pasos salgas de él, bien hacia el norte o hacia el sureste, únicas salidas posibles. Cabe en un cerco de dedal. Coincide, ya lo digo, con San Blas, el armenio de don milagroso, relacionado con la garganta, tan frágil la mía.
Cuando lo visitaba estaba cerca de la capital pero lejos de ella, separado por esa barrera invisible de la comunicación que hace a este pueblo, aldea, y a Ciudad Real, ciudad. A pesar de ser lindero y a un paso de la carretera que va a Ballesteros de Calatrava, puedes pasar de largo si no estás avisado de adónde vas. Dos entradas me llevaban a él: una polvorienta e intransitable y la otra, empedrada y cortita. Y tanto silencio como en una catedral. Corrales y trascorrales de piedra vencida o barro, a mi derecha; unas casas habitadas, a mi izquierda. No hay plaza y desemboco enseguida en una encrucijada que la dibujan otras dos calles. Y desde allí, el campo, los trigos, los barbechos, la tierra roja, volcánica y crujiente, el apachar. Los majuelos y los olivares cenicientos al otro lado de la carretera.
Me documento para un nuevo libro y por este motivo estuve de incógnito hace casi un año. (Por esas rañas, subiendo la ermita, andaba de cacería el conde Don Julián conspirando por venganza contra el rey Rodrigo por seducir a Florinda, hija del conde).
Villar del Pozo ha mejorado, naturalmente. Lo noté moderno, muy diferente. No me reconoció nadie, y menos a mi acompañante. Una iglesia chiquita, moderna y, por supuesto, sin historia. Cerrada, naturalmente. Una mujer me estaba observando desde su casa a través de una puerta de cuarterones y a ella me dirigí pidiéndole  ayuda para entrar en la iglesia. Es como yo la conocía, para no más de 15 fieles. Me dice que se llama Salud.
-Salud, ¿cómo se llama la iglesia?
- La iglesia se llama Nuestra Señora de la Consolación, mire usté.
 - ¿A quién se consuela aquí?
-A San Blas, mírelo usté ahí arriba, tan limpio que lo tengo.
¡Ah!,  Blasa, ¿quién era San Blas?
- Blasa, no, Salud. Pos un santo mu milagroso para la garganta.
- ¿Ha hecho algún milagro en el pueblo?
- Dicen los antiguos que salvó a un niño de ahogarse con una raspa de sardina. Eso dicen, yo no lo sé.
Con San Blas, una talla sin valor artístico,  no puedo hablar, con Salud, sí. Me cuenta cosas del pueblo, de sus hijos, me pregunta que si vendo algo, de donde soy, y a qué vengo aquí, si aquí no viene nadie, si hasta los pájaros huyen... Se entrega en cuerpo y alma esta mujer bondadosa.
- Salud, ¿y la gente dónde está?
- Los hombres en el campo, ¿dónde van a estar? Y las mujeres en sus casas, ¿dónde quiere usté que estén si aquí no hay diversión ninguna? ¡Si aquí no hay nadie, mire usté! Yo tengo que estar pendiente de la iglesia porque me lo ha mandado el señor cura, don Nicolás, que si no, no me movería de la silla. Ya me ve usté como estoy, con la garrota, que no puedo andar, y me llamo Salú.
-¿Y el cura qué dice, por qué no la releva?
-¿Qué dice usté?
-¿Que por qué no nombra a otra persona?
 -Nadie quiere, ¡si aquí no va casi nadie a misa! Sólo a la del Santo, San Blas, en febrero. Y cuando no llueve, que lo sacamos en procesión. Y como es de la garganta, no hace caso nunca.
- Luego tenemos allí arriba una ermita, la de la Blanca. ¿La ha visto usté? Viene mucha gente en mayo, pero por la romería mayormente. Antes había más animación porque se reunían en el teleclub El Gordo, Máximo, Perere, Félix Juárez y unos cuantos más. Unos jugaban a la brisca y al tute mientras había quien cantaba tangos. Y luego se dejaba caer don Felipe, que alegraba mucho la parroquia. Buenas personas, mire usté.
Se dispara hablando, es una ametralladora de palabras sin ofensas. Cuesta creer que esta persona despliegue su vocación parlamentaria ante un desconocido que no va a volver a ver jamás. Seguramente no tiene ocasión de hablar con nadie. Apuesto a que un pueblo como este, o parecido, inspiró a García Márquez su gran novela. Aquí está Macondo, un pueblo fantasma, sin gente viva y sin ilusión.


Y abandono el pueblo convencido de que puede ser éste el más pequeño y el más vulnerable de España. Me llevo la ternura y la generosidad de Salud y el silencio de las calles del pueblo. Un silencio tan hondo que tiene una entidad propia, que existe como algo distinto y con personalidad.
Sólo el vuelo limpio y donoso de las palomas rompiendo el aire quieto, sacudiendo sus alas como si se desprendieran del día. Volaban y caían sobre los tejados viejos sin que nadie interrumpiera sus  cuitas. Es lo único vivo del pueblo. Me voy triste. Atrás queda la raña y su leyenda mora.

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