El
día 3 de este mes de febrero el calendario gregoriano celebra las fiestas de
San Blas y San Oscar, ambos nombres presentes en mi memoria por circunstancias
diversas e inconexas.
La hoja de mi taco Myrga
me dijo el día 3 de este mes que hoy es san Blas. Y abundando en datos sobre el
santo un navegador me manda por unos u otros motivos a varios pueblos. Me
centro con uno que conozco, pueblo menor de la provincia de Ciudad Real llamado
Villar del Pozo. Menos de cien habitantes y muy cercano a la capital.
A Villar del Pozo lo
mantengo presente e intacto en mi memoria por mis visitas frecuentes de hace
años, por sus buenas gentes, y por sus reducidas dimensiones, que hace
que en trescientos pasos salgas de él, bien hacia el norte o hacia el sureste,
únicas salidas posibles. Cabe en un cerco de dedal. Coincide, ya lo digo, con
San Blas, el armenio de don milagroso, relacionado con la garganta, tan frágil
la mía.
Cuando lo visitaba estaba
cerca de la capital pero lejos de ella, separado por esa barrera invisible de
la comunicación que hace a este pueblo, aldea, y a Ciudad Real, ciudad. A pesar
de ser lindero y a un paso de la carretera que va a Ballesteros de Calatrava,
puedes pasar de largo si no estás avisado de adónde vas. Dos entradas me
llevaban a él: una polvorienta e intransitable y la otra, empedrada y cortita.
Y tanto silencio como en una catedral. Corrales y trascorrales de piedra
vencida o barro, a mi derecha; unas casas habitadas, a mi izquierda. No hay
plaza y desemboco enseguida en una encrucijada que la dibujan otras dos calles.
Y desde allí, el campo, los trigos, los barbechos, la tierra roja, volcánica y
crujiente, el apachar. Los majuelos y los olivares cenicientos al otro lado de
la carretera.
Me documento para un nuevo
libro y por este motivo estuve de incógnito hace casi un año. (Por esas rañas,
subiendo la ermita, andaba de cacería el conde Don Julián conspirando por
venganza contra el rey Rodrigo por seducir a Florinda, hija del conde).
Villar del Pozo ha
mejorado, naturalmente. Lo noté moderno, muy diferente. No me reconoció nadie,
y menos a mi acompañante. Una iglesia chiquita, moderna y, por supuesto, sin
historia. Cerrada, naturalmente. Una mujer me estaba observando desde su casa a
través de una puerta de cuarterones y a ella me dirigí pidiéndole ayuda
para entrar en la iglesia. Es como yo la conocía, para no más de 15 fieles. Me
dice que se llama Salud.
-Salud, ¿cómo se llama la
iglesia?
- La iglesia se llama Nuestra Señora de la Consolación, mire usté.
- ¿A quién se consuela
aquí?
-A San Blas, mírelo usté
ahí arriba, tan limpio que lo tengo.
¡Ah!, Blasa, ¿quién
era San Blas?
- Blasa, no, Salud. Pos un
santo mu milagroso para la garganta.
- ¿Ha hecho algún milagro
en el pueblo?
- Dicen los antiguos que
salvó a un niño de ahogarse con una raspa de sardina. Eso dicen, yo no lo sé.
Con San Blas, una talla
sin valor artístico, no puedo hablar, con Salud, sí. Me cuenta cosas del
pueblo, de sus hijos, me pregunta que si vendo algo, de donde soy, y a qué
vengo aquí, si aquí no viene nadie, si hasta los pájaros huyen... Se entrega en
cuerpo y alma esta mujer bondadosa.
- Salud, ¿y la gente dónde
está?
- Los hombres en el campo,
¿dónde van a estar? Y las mujeres en sus casas, ¿dónde quiere usté que estén si
aquí no hay diversión ninguna? ¡Si aquí no hay nadie, mire usté! Yo tengo que
estar pendiente de la iglesia porque me lo ha mandado el señor cura, don
Nicolás, que si no, no me movería de la silla. Ya me ve usté como estoy, con la
garrota, que no puedo andar, y me llamo Salú.
-¿Y el cura qué dice, por
qué no la releva?
-¿Qué dice usté?
-¿Que por qué no nombra a
otra persona?
-Nadie quiere, ¡si
aquí no va casi nadie a misa! Sólo a la del Santo, San Blas, en febrero. Y
cuando no llueve, que lo sacamos en procesión. Y como es de la garganta, no hace
caso nunca.
- Luego tenemos allí
arriba una ermita, la de la Blanca. ¿La ha visto usté? Viene mucha gente en
mayo, pero por la romería mayormente. Antes había más animación porque se
reunían en el teleclub El Gordo, Máximo, Perere, Félix Juárez y unos cuantos
más. Unos jugaban a la brisca y al tute mientras había quien cantaba tangos. Y
luego se dejaba caer don Felipe, que alegraba mucho la parroquia. Buenas
personas, mire usté.
Se dispara hablando, es
una ametralladora de palabras sin ofensas. Cuesta creer que esta persona
despliegue su vocación parlamentaria ante un desconocido que no va a volver a
ver jamás. Seguramente no tiene ocasión de hablar con nadie. Apuesto a que un
pueblo como este, o parecido, inspiró a García Márquez su gran novela. Aquí está
Macondo, un pueblo fantasma, sin gente viva y sin ilusión.
Y abandono el pueblo
convencido de que puede ser éste el más pequeño y el más vulnerable de España.
Me llevo la ternura y la generosidad de Salud y el silencio de las calles del
pueblo. Un silencio tan hondo que tiene una entidad propia, que existe como
algo distinto y con personalidad.
Sólo el vuelo limpio y
donoso de las palomas rompiendo el aire quieto, sacudiendo sus alas como si se
desprendieran del día. Volaban y caían sobre los tejados viejos sin que nadie
interrumpiera sus cuitas. Es lo único vivo del pueblo. Me voy triste.
Atrás queda la raña y su leyenda mora.
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