En el día que
corresponda, anoto, tacho, retacho, y lo que convenga, según los compromisos o
las deudas morales que tengo contraídas, o me vayan saliendo al paso.
Hay datos que no se
deben olvidar, como los cumpleaños de la familia y la de los amigos, la
servidumbre a las promesas, las citas de interés, el festival de jazz del
verano, la floración de los cerezos del Jerte, la exposición de pintura del
artista de turno, la cena amistosa, las consultas médicas, las ofertas de
viajes interesantes propias para conocer la ciudad que nunca has pisado. En mi
caso, llego a anotar hasta el número del móvil del fontanero o el del electricista,
recomendados, que van a venir prestos a casa a sacarme del atolladero. Con
familiares y amigos es cosa grata oír su voz. Y si no, recordarlos en la
lejanía.
Ni que decir tiene que
ya cuento con el calendario del 2023 al que le he transferido las anotaciones inmutables;
y también hechas las observaciones pertinentes de las que pueden acaecer. Y
cuando esto se hace uno se da cuenta de cuántas son las cosas que suceden en un
año, cuántas se hacen y cuántas no llegan a buen fin. ¡Qué pocas nuevas que
sean felices se anotan y cuántas son las que se tachan!
¿Por qué no hacemos un
propósito para el 2023? Cumplamos ese sueño que todos guardamos, quizá desde
siempre. Pensemos que los sueños se sueñan, pero también se trabajan.
En el
viejo calendario del que vengo hablando, tengo anotada una referencia, la
última del año. Desear a cuantos están leyendo estas líneas: Un afortunado 2023
en el que grane la espiga de los sueños en un campo de paz y armonía.
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